Inmersos en una guerra fratricida, los aspirantes a dirigir el PRI, son presas de descalificaciones, amenzas, injurias, emboscadas, mientras la actual dirigencia se dispone a organizar la elección de quién conducirá al partido a partir de agosto a fin de hacer lo necesario para permanecer y cambiar.
Una vez recibida la renuncia del Dr. Narro como candidato a presidir el PRI, dando razones de simulación e imposición del partido y de autoridades de ayer y hoy en el país; descartados, asimismo, Ulises Ruiz porque le faltó “el apoyo de los sectores” y Lorena Piñón que perteneció al PAN, como era de esperarse, sólo quedan en la contienda Alejandro Moreno, Alito, el ex gobernador campechano de los dados cargados e Ivone Ortega, la ex Gobernadora de Yucatán, tambén ex Secretaria General del PRI, de larga militancia.
Diría el clásico, primero el proyecto y después el hombre o la mujer, hoy que ya se ejerce la paridad de género. Si el proyecto tuviera como condición resarcirse y fortalecerse para después volver a competir exitosamente con una propuesta ideológica propia de este tiempo, el camino sería hacerlo unidos, regresándole el poder a los militantes, lo que no se advierte que sea así.
Escucharlos sería el principio para superar la postración del fracaso, recuperar su viabilidad y volver a ganar elecciones, o convertirse en un partido satélite del que hoy gobierna para hacer suma en las Cámaras de Diputados y Senadores, o realizar las alianzas convenientes en los procesos electorales.
El triunfo que buscan los contendientes necesita de su militancia, requiere de conocer profundamente el país, de fortalecerse ideológicamente para ser la oposición a un régimen que sigue ganando popularidad. Mientras el PRI pelea por los huesos del partido y se asoma al abismo, evitarlo sólo es posible con un o una priísta de cepa que responda a los militantes, no a los intereses de grupo.
La última oportunidad de resolver la crisis que vive, es con un ejercicio democrático. Su historia lo exige.
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@MargaJimenez4
