Y después de la sacudida de los temblores del 7 y 19 de septiembre, el duelo. Para quienes perdieron a sus seres queridos, quedaron lisiados o desaparecieron sus pertenencias, el dolor es profundo, no sólo por el hecho sino por las circunstancias; para quienes no, que están en pie, también todo cambió: el estado de ánimo generalizado, la incertidumbre como una realidad que acompaña todo el tiempo, frente a la certeza que se vive en un país sísmico: el miedo, la zozobra, la recuperación de la rutina, la escuela, el centro de trabajo o el servicio religioso. Ésta es la reconstrucción que no ha empezado y que llevará más tiempo.
Las diarias tareas, los objetos, los espacios forman parte del hábitat de los seres humanos. Les dan la seguridad que todo ocurrirá como el día anterior y como el que sigue y que las cosas estarán ahí como ellos mismos.
Un cambio brusco, trágico, desubica a los habitantes de los inmuebles colapsados no sólo porque de pronto se quedan sin nada y han de resolverlo, sino porque nunca más volverá a ser igual, lo que agudiza el sentimiento de pérdida.
¿Cómo se vive el extravío del acta de nacimiento o de las escrituras de una propiedad, estar sin casa y sin escuela para los hijos? La reconstrucción emocional de estos seres humanos llevará más tiempo, la de sus planes, su ejercicio laboral pleno o sus estudios. Necesitan tener un espacio cierto, un camino diario, un proyecto de vida, sus rutinas y sus planes a partir de la reconstrucción de lo material. Una va con la otra.
Atenderlos en lo emocional podría contener posibles brotes de irritación difíciles de paliar y favorecer una sana convivencia en los albergues y otros lugares. Darles tareas, organizarlos, generar espacios colectivos de deliberación de su problema pudiera ser un buen principio de organización social. De ello poco se han ocupado.
@MargaJimenez4
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