Ya en julio de 2020 la CODHEM se pronunciaba por el uso obligatorio del cubrebocas, posición que ha sostenido acertadamente.
A 22 meses del primer caso de contagio de COVID-19 en México, podemos decir que la evolución y la transformación de este fenómeno biosocial ha sido grande, impactando tanto en las políticas de Estado como en el entramado social, yendo de la incredulidad a la sorpresa, la impotencia, el miedo, la reticencia y la reflexión, hasta la lucha entre la vida y la muerte de cientos de miles de mexicanas y mexicanos; esta avalancha biológica disminuyó la indiferencia y avivó la conciencia.
Se entendió y se comprendió que, si bien el sistema de salud se convirtió en una “razón de estado”, también se asimiló que la arquitectura de la vida es corresponsabilidad de quien la detenta: “a cada derecho, corresponde un deber”, como subrayaba el Premio Nobel José Saramago.
El estado, entiéndanse las tres dimensiones de la gobernanza -federal, estatal y municipal- establecieron las normas, las reglas y las políticas para asumir su responsabilidad ante este fenómeno; el colectivo asumió el deber, en ocasiones, a regañadientes porque nadie estaba preparado para enfrentar los estragos de la pandemia, tal como ocurre en el caso de un terremoto, un tornado o un tsunami; catástrofes que obligan al hecho y al derecho a hacer una coyuntura y a hacer “camino al andar”.
El uso de la mascarilla o cubrebocas ya es común o habitual en 90% de las personas, en la calle, centros comerciales, plazas, eventos deportivos y, en general, en puntos de aglomeración; logramos superar la indiferencia, el miedo y ganamos en solidaridad y concienciación.
Sin embargo, con la nueva variante de la COVID-19, el Ómicron, parece que se avecina una nueva lección de la madre naturaleza a la humanidad; así que debemos afrontar y adaptarnos a los “coletazos” de este virus devastador; los científicos lo dicen bien: “… posiblemente es el fin de la pandemia para que se convierta en una endemia”, es decir, un paralelismo con una gripe estacional. Ojalá así sea.
Es de reconocer el papel que ha desempeñado el gobierno del Estado de México ante este embate, pues asumir el golpe brutal de este evento no es agenda sencilla; se ha sorteado toda clase de baches y, haciendo brechas, se ha trabajado conjuntamente con la sociedad, con el empresariado, con el constructo social.
Bien por los secretarios de Salud que aún a costa de su integridad personal, han estado administrando el fenómeno de la mejor manera: enviando los mensajes idóneos para amortiguar el costo en la salud de las y los mexiquenses, bien por el Ejecutivo para asumir y no retroceder en el semáforo, sino avanzar con nuevos aprendizajes y prácticas seguras para la salud.
Ya lo decía el ideólogo Jesús Reyes Heroles: “La política demanda pasión, pero, a la par, mesura, sosiego interno, dominio de sí mismo, para no intentar dominar a otro u otros; aspirar a dominar las cosas y no a los hombres…”
El Ejecutivo estatal hace bien en hacer este llamado: “aunque hay un leve aumento en positividad, se mantendrán las actividades como hasta el momento; privilegiando las medidas sanitarias.”
Habrá que creer en el método científico y esperar la tan ansiada “inmunidad de rebaño”, pero que en ello no vaya la creencia que nuevos virus no vendrán eventualmente; el daño que el humano ha hecho a la tierra está cobrando las facturas y no debe tomarse como moda hablar de su defensa, hace cuatro décadas, como lo decía el poeta catalán:
“Padre
Si no hay pinos
No se hacen piñones
Ni gusanos, ni pájaros
Padre
Donde no hay flores
No hay abejas
Ni cera, ni miel
Padre
Que el campo ya no es el campo
Padre
Mañana del cielo lloverá sangre
El viento lo canta llorando…”
Sigamos construyendo juntos la defensa contra este tornado biológico y jamás bajemos la guardia, hagamos “camino al andar”.