Tengo en mis manos un artículo de Gerald Caiden. Se titula “La Democracia y la Corrupción”. Me vienen a la mente una serie de episodios de vida, en donde pasé por muchas cosas dolorosas y difíciles dentro de la administración pública. ¿Estaba yo equivocada o había alrededor de mí situaciones que eran ajenas e incluso inviolables? No entendía nada. Sufría y me dolía.
Largos años después, encuentro que parte de ésta, está sumergida en largos episodios de corrupción y de falta de valores. Valores intrínsecos al ser humano cuando nace: como la justicia.
No considero que en la vida moderna la democracia y la ética sean inseparables. Ambos son valores reconocidos por el hombre desde hace miles de años. Retomarlos en este tiempo me parece justo y necesario.
El que un ser humano crea en otro que lo gobierna, es importante no solo para el que gobierna, sino para que sus gobernados guarden el bien vivir, cosa que en este momento no es fácil en ningún país de orbe.
El autor dice que, aunque las democracias cometen algunas veces actos de corrupción, también los regímenes autocráticos por su misma naturaleza, son corruptos. El ser por naturaleza es corrupto.
Este artículo recalca la internacionalización de la corrupción y la incapacidad de las democracias del mundo para protegerse contra las influencias foráneas, tales como la erosión del servicio público, la subordinación del interés público y la infiltración del delito organizado en prácticamente todos los aspectos de la vida pública.
Al igual que países corruptos del Tercer Mundo compiten por recibir asistencia, inversiones y empleo, también existen organismos internacionales y nacionales corruptos que buscan nuevos mercados, nuevos recursos y nuevos canales de influencia, sin importarles mucho con quién tienen que tratar. Los inescrupulosos siempre ven a la delantera y son creativos al obviar los obstáculos que entorpecen sus designios. La corrupción toca a todos. Corroe el sentir democrático. Si no se la combate, se extiende con toda su fuerza, amenazando a la democracia misma.
Llega un momento en que los estados democráticos se tornan tan vulnerables que no se requiere de mucho esfuerzo para echarlos de lado. Títeres contra titánicos invasores.
Los corruptos cada día se vuelven más hábiles para ocultar sus actos ilícitos y perversos. Para cubrir todo rastro, por más hábil que se quiere volver la administración pública poniendo todo tipo de candados en donde existe el dinero o cualquier otra forma de obtener prebendas.
Economía paralela como el narcotráfico, el tráfico de influencias, el tráfico de órganos o de niños, o la prostitución en todas sus vertientes. Lo último fueron los huachicoleros. O la lucha por el agua.
Vemos como se extiende desde una esfera de la vida pública hacia otras, al ritmo de un incendio voraz: y pocos son los valientes que logran frenarla. Denunciarlo es cuestión de vida o muerte.