Decía hace una semana, que el “hombre político” se alza como uno de los factores principales, de los cambios y transformaciones más impactantes que erosionan paulatinamente las relaciones sociales entre los individuos. Y a eso, en este momento, debemos de añadir la globalización.
A todo lo anterior se suma, el papel de los medios de comunicación que en una sociedad como la actual, bombardea continuamente mensajes, para la imposición de un nuevo estilo de vida que responda a una moda o a determinado sector de la población, a la cual le determina el rumbo a seguir.
En síntesis, la clase dirigente detentora de los medios de producción que regulan el mercado global mundial, y más aún en estos tiempos de los medios de comunicación masivos, con los cuales es posible generar ideologías y moldear modos de comportamiento colectivo para una determinada causa, propician la erosión paulatina del concepto de colectividad o solidaridad comunal de muchas de nuestras poblaciones.
Se entenderá pues por solidaridad, la definición clásica del sociólogo francés Durkheim, quien dice que en todas las sociedades se desarrollan lazos de unión y cohesión entre los individuos, que los identifica.
La solidaridad entre los individuos de la sociedad es un vínculo susceptible de desarrollo. El derecho y la división del trabajo contribuyen a que esta solidaridad trascienda a niveles superiores.
El autor distingue diversos tipos de solidaridad, la mecánica y la orgánica, como mera aclaración sólo se mencionan. La solidaridad orgánica es la que se desarrolla en sociedades más avanzadas es decir más modernas.
La solidaridad orgánica constituye la conciencia colectiva de las comunidades, con la cual se identifican los miembros de esa población, genera una forma superior de organización social en tanto los individuos aún siendo diferentes entre sí, se cohesionan para lograr un bien común sacando a flote, con ello, su conciencia colectiva.
Esta conciencia colectiva, es la que regula la actuación de los pueblos y siempre se busca atrapar por la clase dirigente para legitimarse.
La modernización ha trastocado esta conciencia, volviendo al individuo más preocupado de sí mismo que de ayudar en forma organizada a la comunidad, las grandes ciudades son el prototipo de esa individualidad, basta viajar en una hora pico en el metro y ver cientos de caras desconocidas, o mostrarse indiferente ante situaciones típicas de necesidad de varias personas, la palabra que califica este fenómeno es conocida como deshumanización.
Los conceptos de ayuda mutua han perdido su esencia, solo en las grandes tragedias parece aflorar nuevamente como una flor en un inmenso jardín de concreto, para después ser guardado en el baúl de los recuerdos, o ser sepultado por los enormes condominios familiares, en donde lo que menos importa es conocer quien vive en el último piso, la individualidad pasa a ser la esencia de la colectividad.
Al parecer la gran frontera que dividía lo urbano de lo rural hasta hace todavía 35 años, ha perecido, la modernidad o el imaginario social de lo que debe ser México, presente en gran parte de los actores protagonices de la política, gana batallas.
Las cifras dan cuenta de los avances en muchas poblaciones, sobre todo en los servicios mínimos de asistencia social en cada uno de los rincones del país. Sin embargo, es posible observar que a pesar de los grandes esfuerzos que se hacen, tal imaginario de modernidad sigue siendo un sueño difícil de materializar por varias razones.