Hablemos de deseo y su validez, hoy y siempre.
Desde hace algún tiempo se ha vuelto obsoleto contar los días que llevamos encerrados, hemos entendido que ya no tiene caso, cuando la salud es tan frágil, hablar de deseo resulta escandaloso.
El deseo entendido como la búsqueda constante o la espera -apasionada en muchas ocasiones – de lo que se percibe como un satisfactor de aquello que observamos como una necesidad, urgencia o gusto.
Si decidimos incidir en el término filosófico como tal, es justamente en él, en donde la palabra habita, refiriéndose a la falta del objeto hacia el cual se dirige el apetito, y se lo piensa como el principio que empuja a la acción.
Es entonces la carencia la detonadora de la urgencia. Es ese apetito por lo placentero en Aristóteles, mientras en Descartes, es la agitación provocada en el alma por los espíritus que la disponen a querer para el porvenir las cosas que se representan como convenientes y en Spinoza, la agonía de la tristeza referida a la falta de lo que se ama.
La urgencia de sabernos vistos, entendidos y de esta manera existir y su relación con los tiempos que estamos viviendo, tal cual: El deseo frente a la pandemia por COVID–19.
La situación actual nos ha obligado a aislarnos y a permanecer en una cuarentena que ha terminado por convertirse en muchos días de incertidumbre e ignorancia. Espero no me malentiendan, ser ignorante no es una ofensa, es una descripción de la realidad a la que nos hemos tenido que adaptar: lo desconocido y con ello el temor.
Como simples mortales lo que nos queda es aprender de la historia y vivir en un mundo completamente distinto, ajeno y que pareciera haber sido extraído de fantasías distópicas.
El aislamiento es la mejor manera de contener este virus que se ha expandido sin respetar fronteras, clases sociales, ni ideologías. De ahí ha surgido la necesidad de permanecer en casa y reaprender a cobijarnos en un calor de hogar, que por momentos nos sofoca, nos aterra y está lleno de temores al obligarnos a evitar todo contacto con aquellos que amamos y o deseamos…
La búsqueda por la sobrevivencia prohíbe tocar, por lo menos de los modos en que lo habíamos acostumbrado.
En la época de las armas nucleares, nadie habría pensado jamás que una gota de saliva podría ser letal, esto limita el espacio dedicado al deseo y al amor, por lo menos en el ámbito físico obligándonos a entrar en el terreno de lo emocional y profundo, transformándolo y convirtiéndolo en etéreo e intangible, tratando de darle un carácter más poderoso, de convertirlo en: contemplación, ternura, gratitud, bondad, o sencillamente desapareciéndolo en casos extremos.
Ojalá que el amor pudiera expandirse convirtiéndose en algo universal, pero si no queremos ponernos idealistas y lo nuestro es en realidad, lo terrenal, deberemos generar estrategias para alimentar al deseo y al amor más allá de la genitalidad. Tendremos tal vez que privilegiar el concepto de exclusividad en las relaciones que impliquen intercambio de fluidos y la posibilidad de contagios, que por lo que vemos tardará un largo para crear nuevas posibilidades para la variedad y será tal vez la nueva forma de relacionarnos.
Este es el momento de entender la frase de María Zambrano que dice: "en soledad se siente la sed de verdad", es en ella donde la urgencia por el otro nos hiere y nos incomoda. Ante la soledad que ponderamos la importancia del otro, si es que la tiene.
La dupla de eros y thanathos están presentes durante toda nuestra existencia, y la posibilidad de morir en muchas ocasiones detona el deseo sexual que debemos entender no forma parte de la racionalidad, sino de nuestro carácter animal, ese que antropológicamente nos define.
Pensar en la perspectiva de la finitud nos detona las ganas de sentirnos vivos, expresadas en no pocas ocasiones a través del delicioso y ojalá satisfactorio – en todos los sentidos - ejercicio de la sexualidad.
Y como ya me aburrí de hablar de cosas tan serias, les dejo lo que mi deseo genera:
Uno y dos, tú y yo y luego nosotros – quienes quiera que integren esa comunidad de dos que se encuentran, se tocan y entonces crean un mundo, que les es perteneciente en cuanto y tanto como decidan amalgamarse, saberse y compartirse.
Somos almas en hiperactivo movimiento, en permanente estado de ebullición, de vuelo. La posibilidad de lo estático nos resulta ajena en cuanto la urgencia de seguir viviendo. Tan pronto la presencia se convierte en rutinaria, deja de representar novedad. Mantenerse en el mismo lugar por años, obedece a la existencia de un alguien muy complejo para mantener el interés que ha detonado en un primer momento, si no intacto al menos entero…
Creo firmemente que a estas alturas de la vida, uno entiende - sin pretensiones de cinismo intencionado - que ya nada ni nadie nos pertenece, simplemente es nuestro turno y la posibilidad de encontrar y compartir realidades, fluidos y corporalidades se convierte en suficiente, en un mundo que se mueve a ritmos vertiginosos y que privilegia la explotación del ser por encima de su plenitud y satisfacción.
A fin de cuentas no saldremos vivos de esta experiencia – la vida, - por lo menos seamos capaces de disfrutar de ella y apurar hasta la última gota que nos brinda.
Pienso esto mientras te siento dormir a lado mío y me pregunto si tu cercanía será arma letal o promesa cierta.