Entre los cambios que ha traído la pandemia y de los que se habla poco, está el ocaso de los desayunaderos políticos, restaurantes, piezas de museo, donde solían encontrarse políticos de diversa filiación, periodistas y asesores. Iban a dejarse ver o a ver a quiénes asistían. Ahí se daban los encuentros “casuales”, y el juego de las agendas parecía poker.
Se escuchaban conversaciones, nombres que favorecían las inferencias. Lo de menos era el platillo que se pedía. El Maitre tenía el poder de colocar a los comensales en lugares clave, cerca de los importantes o en rincones en que no se les pudiera ver, si no se encontraban en su mejor momento. Algunos y algunas asistían con anteojos oscuros a curársela, otros más remilgados eran auxiliados por choferes y ayudantes que entraban y salían llevándoles papeles, un celular extra o algunos recados que hacían notar que era alguien importante. Entre las ocho y diez de la mañana no podía obtenerse una mesa si no se había reservado con tiempo. El capitán era el rey en esta circunstancia. Hoy con cubrebocas de moda, anteojos protectores y caretas, nadie sabe quién es quién.
La era de la imagen: trajes, corbatas, bolsas, zapatos de marca, y los refinados relojes están pasando a la historia. Ahora, a los protagonistas del eterno oficio de hacer política se les mira de la cintura hacia arriba en Zoom, mientras abajo traen pants o pijamas, en el mejor de los casos. Vamos, toda una cultura está llegando a su término.
La comunicación política cambió en los últimos años, ahora determinada por las nuevas tecnologías, dispositivos, internet y redes sociales. Lo presencial se va desdibujando. El Zoom y las redes sociales están sustituyendo los espacios de cabildeo y grilla. Internet ha impulsado una revolución en todos los órdenes, también el político.
Bien lo dijo Giovanni Sartori, el hombre contemporáneo es un homo videns, y en el pasado reciente, quien escribe esta columna, lo vería como un homo cíber.
Así las cosas, hoy los políticos utilizan sus dispositivos inteligentes para encontrarse con sus pares a través de una pantalla, y los desayunaderos se han convertido en el archipiélago del fin del mundo de los políticos de generaciones pasadas.