La política de población se orienta a partir de dos premisas fundamentales: la primera, se refiere a la convicción de que el mejoramiento del bienestar y la calidad de vida de las personas y las familias, debe ser el fin último de los programas de desarrollo económico y social; esto significa ampliar y adecuar las estrategias existentes, para promover la regulación de los fenómenos demográficos.
La segunda, se sustenta en el reconocimiento de la libertad de los mexicanos para decidir sobre su comportamiento reproductivo y sobre el asentamiento de su lugar de residencia en cualquier localidad dentro del territorio. De estas premisas se deriva la norma jurídica y ética de los programas: las estrategias y las acciones de la política de población deben realizarse con absoluto respeto a la libertad y la dignidad de las personas. Así pues, orientarlas en cuanto a sus derechos, pero también a sus obligaciones es parte central de la política poblacional en la federación, pero sobre todo en los más poblados del país.
En los últimos años, han conseguido notables avances en materia de planificación familiar. Estos logros permitieron en un período relativamente corto, disminuir la fecundidad y la natalidad. El impacto de estos programas se ha traducido en un crecimiento más armónico de la población y ha contribuido en la esperanza de vida al nacimiento; sin embargo, estos avances no han sido homogéneos en todo el territorio y aún se tienen rezagos importantes, así como demandas y necesidades no satisfechas, particularmente en aquellas regiones con población que reside en comunidades rurales e indígenas de difícil acceso; la transición demográfica de los grupos más desfavorecidos muestra una evolución más lenta, como podrá observarse en el análisis de la fecundidad de las mujeres.
Es indudable que uno de los principales retos de la política de población en el último cuarto de siglo ha sido impulsar la desaceleración del ritmo de crecimiento demográfico. Se puede decir, sin lugar a dudas, que los avances en este sentido son notables, sin embargo, la persistencia de importantes desigualdades y rezagos en algunas regiones, hacen necesario focalizar y reorientar algunas tareas de las políticas sociales y de población, con la finalidad de que sus objetivos primordiales puedan convertirse en una realidad para todas las personas.
Son también múltiples las evidencias que sugieren que, las instancias del Sector Salud han ejercido una influencia determinante en el cambio de la fecundidad. Es innegable que la disponibilidad de información sobre métodos anticonceptivos, la institucionalización y expansión de los servicios de planificación familiar y la legitimación pública del principio de regulación de la fecundidad han desempeñado un papel decisivo en los cambios que han tenido lugar en los últimos años.
En general, los programas de planificación familiar, a través de diversos mecanismos, no sólo han logrado disminuir la brecha entre el tamaño de familia ideal y la descendencia final, sino que también han influido en las preferencias reproductivas.
En el plano individual, uno de los factores que contribuye a la disminución de la fecundidad es el mejoramiento de la condición social de la mujer, y en particular, de su nivel educativo. La educación favorece una mayor autonomía e independencia de la mujer y contribuye a la difusión de actitudes, valores y expectativas de vida que se asocian con una disminución de los tamaños ideales de familia, un componente de particular relevancia es la incorporación de perspectiva de género en todas las actividades de normatividad, educación-comunicación, prestación de servicios, investigación y evaluación en materia de salud reproductiva tendientes a asegurar relaciones equitativas entre los géneros y con igualdad de oportunidades, para contribuir a la emancipación y defensa de los derechos de las mujeres, particularmente los sexuales y reproductivos.
Uno de los retos que enfrenta nuestro país lo constituye la difusión del concepto integral de salud reproductiva entre toda la población, para continuar con la tendencia observada en la disminución de la natalidad, fecundidad, y mortalidad materna e infantil, y disfrutar dentro del núcleo familiar del bienestar personal y social.
Durante las últimas cinco décadas, la población ha llevado a cabo una silenciosa revolución demográfica. En este periodo, el número promedio de hijos de las familias mexiquenses descendió significativamente respecto a los niveles observados en los primeros 60 años de este siglo. Esta transformación en las pautas reproductivas de las mujeres se vio acompañada, y en buena medida fue la consecuencia de un aumento considerable en la adopción de prácticas de regulación de la fecundidad a través del uso de métodos anticonceptivos, especialmente de los métodos modernos.
La expansión de la educación y el aumento de la participación de la mujer en actividades económicas extra domésticas contribuyeron de manera importante al descenso de la fecundidad. Sin embargo, es necesario reconocer que las preferencias y valores de la población con respecto al comportamiento reproductivo, están condicionados por múltiples factores, entre los que destacan la estructura social y económica de los mexiquenses, y que se manifiesta de manera particular en la estructura de oportunidades y condiciones objetivas de vida de las personas y su acceso al empleo y a los servicios de educación y salud.