México llora por la sangre derramada de sus hijos a lo largo y ancho de todo el país.
La semana pasada, el cruento asesinato de dos sacerdotes jesuitas y un guía de turistas en la Sierra Tarahumara visibilizó la realidad que vivimos: la indiferencia de las autoridades frente a un crimen organizado que cada día se apodera de más territorio en el país y de sus jóvenes, en especial los de menos recursos y educación, valiéndose para ello de perversas herramientas como las narcoseries producidas por su principal asesor en comunicación, Epigmenio Ibarra, y de dádivas entregadas sin ton ni son, tomadas de los mexicanos que pagan impuestos y de los fideicomisos y organismos autónomos que han ido siendo desmantelados.
La penetración de la narcocultura entre los jóvenes en este gobierno fársico de “abrazos no balazos” y “por el bien de México, primero los pobres”, ya va cobrando muchas vidas y sembrando el fracaso del futuro en el que pertenecer a una organización criminal les garantiza tener, claro con la certeza de que morirán jóvenes.
Si nos preguntamos si hay una estrategia con metas y tácticas de combate, así como plazos para lograr abatir los índices delictivos, habría que decir que la única estrategia es el sermón de la mañana, que no hay más. Para dar fe de ello van aquí algunos datos: de enero a mayo de este año se han registrado 882 mil 066 delitos de todo tipo en el país, en el Estado de México, el mayor índice con 169 mil 299, y de enero a mayo del presente año se contabilizan ya 12 mil 737 asesinatos, así como en lo que va del sexenio 121 mil 655, de ellos 118 mil 192 homicidios dolosos y 3 mil 463 feminicidios. Estos son los resultados de tener al frente del gobierno a un mesías.
Que no se equivoque Andrés Manuel López Obrador, él no es Jesús ni Mandela ni la Madre Teresa ni Gandhi, es un servidor público que ha evitado castigar a la delincuencia a cambio de su apoyo, y si no es, parece. Los datos que asentamos son públicos, pero quisiéramos saber si nos equivocamos y existe una estrategia que desconocemos.
Se suma a esta realidad, hay que decirlo, la deshumanización, indiferencia, egoísmo, falta de solidaridad, desconfianza y actitud de revancha de amplios sectores de la población que ya no creen ni en la luz que los alumbra.