El 21 de agosto, casi 26 millones de alumnos de educación básica (preescolar, primaria y secundaria) regresan a clases, entre ellos, más de 3.5 millones, mexiquenses. Con la vuelta a clases se renueva la esperanza de los padres de familia de un futuro mejor para sus hijos. No tienen claro si la Reforma Educativa los beneficiará, y la evaluación de los maestros mejorará el nivel de la enseñanza; de lo que pareciera que están ciertos es que estudiar los preparará para una “vida productiva y competitiva”, deseablemente “exitosa y feliz”, en la que la formación con apego a valores la dejan a los maestros y las escuelas, mientras ellos participan poco o se desentienden. Esperan que un milagro escolar los salve de su circunstancia.
Mientras forran libros y cuadernos, niños, jóvenes y padres acarician sueños, tienen puesta la mirada en un futuro mejor, seguro, próspero, cuestión difícil de prever, menos de garantizar en un tiempo de cambios tecnológicos vertiginosos e inciertos, así como de un estado violento del que les ha tocado ser testigos o desafortunados protagonistas.
¿Cuando esta niñez concluya sus estudios, habrán disminuido los índices de inseguridad, de corrupción, de impunidad? ¿Podrán cristalizar sus planes? ¿Afirmarán que en México, sus sueños se cumplen? ¿Que el desafío que les toca enfrentar es el del mundo del conocimiento no el de la pobreza, la exclusión o la violencia? ¿Que la Reforma
Educativa llegó a tiempo para hacerlos partícipes de la era global? ¿Su agenda de preocupaciones coincidirá con la de los niños y jóvenes de otras partes del mundo? ¿Se habrá gobernado para las generaciones que les siguen a ellos?
¿Mientras se forran los libros, se estará haciendo lo necesario para convertir esta tierra nuestra en el lugar en el que queremos vivir y no en el que “nos tocó vivir”.
@MargaJimenez4
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