Un día Borges escribió “Y uno aprende”: Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar el alma. Y uno aprende que el amor no significa acostarse y una compañía no significa seguridad y uno empieza a aprender… Que los besos no son contratos y los regalos no son promesas, y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos. Y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy, porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes… y los futuros tienen una forma de caerse a la mitad. Y después de un tiempo uno aprende que, si es demasiado, hasta el calor del sol quema. Así que uno planta su propio jardín y decora su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.
Que inteligente hombre, lleno de luz que guió sus ojos verdes, esos en los que ponía su alma e inteligencia que radiaban al mundo. Qué verdad es este párrafo anterior. Más para personas de la tercera edad. Simplemente me incluyo.
Otro gran talento de quien aprendí mil cosas, fue de mi querido maestro Raúl Anguiano. La primera entrevista que hice en mi vida, fue para él. La última que dio el maestro, antes de que Tajín lo acompañara al otro mundo, la hice yo. Serendipia pura. Y Brigita su esposa conmigo.
Y todo vine al caso, porque el miércoles 22 en el Museo del Barro, alguien a quien quiero mucho, Ana Lilia Herrera, va a darme un regalo grande en mi vida.
Va a presentar el libro Raúl Anguiano y las mujeres, texto que ella hizo favor de dejar hecho en el tiempo en que fue Secretaria de Educación de este Estado. Es una gran alegría para mi que pase esto, y más porque Ana estará conmigo. Esto fue parte de lo que escribí hace tiempo, cuando el aún vivía:
Cuando decimos Raúl Anguiano, nos estamos refiriendo al más importante pintor que existe en este momento en nuestro país. Al último de los grandes muralistas que nacieron en los principios del siglo pasado, ya al terminar el milenio.
Nos referimos a un ser humano que desde que posee memoria, ha tenido un solo deseo en la vida, y ese es el de pintar: ¿qué? lo que le pongan enfrente. Recuerda que desde que tiene uso de razón lo hace y así, sin más, la vida decidió darle todas las oportunidades. Suerte, talento, trabajo.
Raúl Anguiano vive de y por su pintura. Hombre elegante y sencillo, a sus largos, larguísimos primeros ochenta y siete años, solo tiene una consigna más en la vida, y esa es la de donar cada uno de sus cuadros, a lo que él imagina sea un importante Museo-Taller en su país: el suyo. Lo único que pide a cambio, es que se llame como él.
Artista plástico, se ha vuelto inmensamente cotizado. Sus cuadros están actualmente expuestos en las más grandes y prestigiadas galerías del mundo. Así, un país social demócrata puede tener su obra, como un capitalista: desde los Euros, hasta América Latina y por supuesto Estados Unidos, Raúl Anguiano tiene quien le compre, y quien le paguen lo que él diga.
Pero en este país, al artista, no le han hecho el caso que merece. A pesar de que pide que alguien le tome en cuenta; pese a haber sido amigo de presidentes mexicanos; pese a ser también como pintor, un buen político que conoce y critica –porque lo conoce– al gobierno e inventa soluciones, Raúl Anguiano todavía no tiene un museo, como el de sus amigos Luis Nishizawa y José Luis Cuevas, que lo identifique como gran pintor mexicano. Que, sin lugar a dudas, y en el transcurso de setenta años lo ha demostrado. Apenas tiene su nombre una Casa de Cultura en Coyoacán, en la Ciudad de México.
De repente se apodera de los rostros de las mujeres y de los hombres más representativos de su país. Se da a la tarea de empezar por sus indígenas más cercanos: los Huicholes y los Lacandones. “La espina” es un ejemplo claro de ello.
En el camino pudo realizar muchas travesías, para seguir pintando a la mujer mexicana. Luego un día se fue volando a París donde vivió una época y de allí al resto del mundo, con su famosa “Venus L’espuge”.
Si algún deseo pidiera a la vida Raúl Anguiano –uno más de todos los que le ha dado el creador del universo, además de talento, amor, reconocimiento por ser uno de los mejores pintores del mundo, y afecto de sus amigos–, sería el de contar con días de cuarenta y ocho horas, que por supuesto ocuparía enteras.
Este hombre, a sus escasos 87 años, es un ejemplo para la juventud de este mundo. Este ser que empieza diario sus tareas temprano en la mañana, no las termina hasta las doce de la noche, en donde lo único que hace es pintar y pintar: ¿qué? murales, pastel, agua fuerte, cerámica, o lo que invite ese día. Después puede escuchar música o leer. “Diario aprendo algo”, dice.
El Maestro se considera feminista, por el gran apoyo que indiscutiblemente siempre tuvo de las mujeres que estuvieron junto a él, y que en la actualidad sigue teniendo de su esposa Brigita.
Raúl Anguiano camina por los rumbos, con gran garbo y elegancia. Hombre alto, con el pelo totalmente blanco, lo único que pide a la vida, es trascendencia: que la gente conozca su obra. Por eso, es importante que a como de lugar, a este hombre se le haga justicia, en vida. En esta vida. La autora, tomando como ejemplo las tradiciones e identidad de los mexicanos, se ha dado a la tarea, en un afán de divulgación del arte y la cultura, de hacer una historia de vida de este gran artista mexicano.