Armando Hernández Arriaga, el payaso Tino Platino y dos de sus tres hijos tienen más de 18 meses de haber trasladado las presentaciones que antes eran para fiestas infantiles y cumpleaños, hacia los semáforos en los municipios del Valle de Toluca donde esperan con una enorme sonrisa que los automovilistas les regalen una moneda para poder comer y entretener a la distancia a los niños, a quienes dijo, “les he entregado la vida”.
Este padre soltero forma parte de los 200 payasos de Toluca que desde abril pasado permanecen sin trabajo a raíz de la cancelación de actividades por la pandemia. Platicó que si bien cada año acudían a eventos donde eran contratados para celebrar a los niños el 30 de Abril, fiestas de cumpleaños y hasta eventos especiales; esta vez no será posible, pues aún con el interés de algunos padres de familia por contratarlos y el ánimo de su familia por continuar haciendo espectáculos para hacer reír a los pequeños, el peligro de contagiar a un niño es latente. “Muchas veces ellos quieren abrazarnos, venir a platicar de cerca con nosotros y eso es un peligro, debemos cuidar a los más chiquitos. De verdad ustedes no saben lo mucho que los niños quieren abrazar a un payaso, eso los pone en peligro”, aseguró Armando.
Mientras espera el alto, este señor que se caracteriza por su tono amable relató que, tras iniciar el confinamiento, en marzo del 2020, sus hijos y él gastaron los pocos ahorros que tenían. Para solventar su comida, decidieron vender la totalidad de sus muebles, hasta quedar dice, “como si se tratara de una mudanza”.
Hasta que decidieron salir y “arriesgar la vida para llevar dinero a la casa”, pues pese a que racionaron la comida para gastar lo menos posible, al grado de que bajaron hasta 10 kilos, el niño menor de la familia enfermó y se hizo necesario trabajar en la calle para poder sacarlo adelante.
Armando se instala en la vía pública por la mañana, cuando comienza a fluir el tránsito vehicular. Llega junto con Vanesa la payasa Burbujita y José Armando, que se identifica como Robin, ya maquillados comienzan a hacer malabares, trucos, el número que han ensayado por años, pues siempre se dedicaron a este oficio.
Este señor de 49 años dijo que ama su oficio y quiere preservarlo, aún si sólo de lejos pueden verlo los niños, pues no está dispuesto a poner en peligro a las personas por asistir a un evento con público en un salón de fiestas.
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“No es fácil estar en la calle, pero es más complicado no comer, por eso con todo y lo agotador que es correr detrás de los vehículos para alcanzar a rescatar un peso que nos quieren regalar, es necesario hacerlo, siempre de buenas porque el trabajo se acepta con una sonrisa”, dijo.
Recordó que antes de la pandemia, llegaron a trabajar para un público de hasta 10 mil personas, fiestas del sector público y privado a donde los llevaban para hacer reír a los niños, se presentaron en el Teatro Morelos y otros escenarios, muchos pagados por sindicatos, asociaciones u organizaciones civiles; sin embargo, de eso “ya sólo queda el recuerdo, ahora lo que toca es adaptarse a las condiciones”.
Es así, que van recorriendo los semáforos por los 49 municipios del Valle de Toluca en donde algunos automovilistas los observan de buena gana, mientras otros de inmediato suben el cristal, pues se rehúsan a darles una moneda.
Armando dijo que la gente no sabe a lo que se han enfrentado con la emergencia sanitaria y las necesidades que tienen sus hijos, sus nietos, los pagos que deben enfrentar, como el resto de las familias en la entidad, pero aún “con el desdén de algunos y la aceptación de otros, nos levantamos diario para sacar sonrisas a quienes nos lo permitan”.