Joquicingo
Polvo, ruinas y desesperación, una combinación que se dibuja en el rostro de los habitantes en tres municipios sureños del Estado de México alcanzados y afectados por el sismo de 7.1 grados Richter registrado este 19 de septiembre. Tenango del Valle, Joquicingo y Ocuilan, aledaños al estado de Morelos, permanecen en completo silencio, pareciera un acuerdo entre los ciudadanos para no hacer ruido.
Sólo se logra escuchar el golpeteo de palas, picos y las pocas retroexcavadoras en la tierra o el concreto mientras retiran los escombros de las viviendas o iglesias. Los gestos de los jóvenes responsables de familias con tres o cuatro hijos son tan duros que la desesperanza podría confundirse con amargura. Pero es que en estos lugares la gente trabaja desde que son niños para construir un patrimonio sobre la casa de sus padres o en el terreno de la siembra. Esta vez todo se ha derrumbado. Entre lo más doloroso, un centro de atención a niños con capacidades diferentes.
A las ocho de la mañana es posible atravesar con ligereza por las carreteras de la región, se observa seguridad estatal en varias de las vías que acompañan a los pocos policías municipales que acordonan zonas como la carretera que conecta Joquicingo con Jajalpa, en donde hay al menos tres deslaves, en uno de ellos los trabajadores rescataron un autobús de Flecha Roja atrapados por las rocas. No es que haya pocos elementos de seguridad locales porque el resto se mantengan ocupados en otras labores, es que la cifra nunca rebasa los 10 o 12 de la corporación, los recursos casi nunca alcanzan para superar eso.
En la comunidad de San Francisco Tepexoxuca, Tenango del Valle, al menos 50 viviendas son imposibles de habitar, en las calles de Hidalgo, Allende en la región sur los más pobres fueron los más perjudicados. El templo en esa comunidad deberá ser demolido, no es posible reconstruirlo. La gente mira con ojos vidriosos cómo trabajadores municipales y vecinos del poblado limpian el tejado del quiosco, cierran el auditorio y revisan las escuelas en donde todo está arruinado.
En Tenango del Valle limpian carretera afectada por derrumbes
A unos minutos se ubica Joquicingo, una de las regiones más dañadas del sur. La cabecera está devastada, como el ánimo de la gente. La mayoría de los vecinos están a la espera del arribo del gobernador Alfredo del Mazo Maza. “Nos da tranquilidad, porque aquí no vienen, nunca llega nadie”, dice el yerno de Dolores Barrera, sentado en el pórtico de su vecino en la calle León Guzmán, frente a su casa no pueden sentarse porque sólo quedan añicos, la puerta blanca es lo único que queda como recuerdo de un hogar.
A las 12:00 horas llegó el gobernador, primero acudió a la capilla. Las víctimas del sismo claman apoyo, necesitan que alguien las escuche, lamentan sus condiciones, explican con voz entrecortada o en medio del llanto cómo salieron vivos del derrumbe de sus hogares o negocios. La mirada atenta y las palabras de aliento que ofrece del Mazo Maza para cada uno son recibidas con la fe que se espera de un milagro, también grabadas por la mayoría de los vecinos aglutinados a su alrededor como si el compromiso verbal desapareciera este panorama desolador en el que se convirtieron los poblados de por sí olvidados por la clase política.
El trayecto parece ser un campo minado, las fachadas apuntaladas por vigas, un río de piedras que sortear en el camino y la gente desesperada tratando de acercarse para obtener ayuda. El gobernador señala cada ruina, seca algunas lágrimas. Su recorrido tardará una hora, la gente espera que la solución y su regreso no se aplace por meses.
Al lugar corre Susana Cristina de 31 años, ruega que a su casa vayan los representantes de los medios de comunicación. Es imposible habitar entre esas paredes, una sola no quedará en pie esta noche. “No podemos subir para sacar ropa o pertenencias. No hay electricidad, perdimos todo. Sabemos que no nos pueden dar dinero –no pedimos la reconstrucción total–. Habitamos cuatro personas, somos trabajadores, podemos hacerlo pero por favor ayúdenos”.
Ella trabaja en el Centro Estatal de Rehabilitación Especial en Toluca, es terapeuta físico y rehabilitador, oriunda de Joquicingo. No quiere quebrarse pero al mostrar su vivienda llora. Explica que también en esta localidad se derrumbó el centro de atención para 300 niños que mensualmente reciben consulta. Pacientes de síndrome de down, hidrocefalia, parálisis. Ahora no tienen a dónde ir, algunos pernoctan en el albergue temporal porque no hay dónde más vivir.
La ayuda no ha llegado a estas comunidades, las personas piden apoyo, alimento, medicinas, cobijas. Si bien no hay lesionados de gravedad, es la primera vez que enfrentan este siniestro y es que la palabra describe los sentimientos que recorren la piel de cada persona sin techo que jamás habían vivido un sismo de esta naturaleza.
Ocuilan no se encuentra menos afectado, ahí el censo refiere daños en 750 viviendas, 200 son inhabitables, no hay forma de rescatar los templos católicos en donde comúnmente habría albergues. La vida cotidiana está trastocada, el hambre y la necesidad crecen entre personas que ya de por sí necesitaban ayuda. La vida para ellos no se ha detenido, hay que levantar los cimientos, barrer el trabajo de años convertido en polvo para depositarlo en la basura. A partir de ahora sólo queda recuperar la fuerza para pegar cada ladrillo, pues para ellos es imprescindible reconstruirse desde sus cimientos.
Los vecinos trabajan en la reconstrucción