Las mujeres somos un manojo de emociones, sentimientos positivos y negativos que mueven nuestra vida. Las vivencias nos marcan para bien o para mal, porque determinan nuestro presente y mucho de nuestro futuro... si éste llega.
La violencia y la muerte dejan una huella profunda en muchas vidas. A veces, de esa marca nacen acciones positivas para ayudar y prevenir que otras personas vivan lo mismo, pero existen otras marcas que sólo buscan venganza y cobrarle a la vida todo, aunque paguen seres inocentes.
Cada ser humano, busca la manera de sanar una herida, todo dependiendo de sus raíces, de su moral, de sus creencias religiosas, de su alma y de sus seres cercanos.
Muchas mujeres, después de vivir un hecho de violencia, salen adelante, buscan ayuda, encuentran manos que las sostienen y empiezan de nuevo.
Pero también hay quienes se sumergen en un terrible círculo de violencia, que marca a sus familiares cercanos, ya que de, ser víctimas, pasan a ser quienes ejercen violencia, ahora en contra -en muchos de los casos de sus hijos- de los más débiles del hogar.
También caen en una terrible enfermedad, silenciosa y mortal. Esta enfermedad se llama depresión, un estado en el que uno no piensa y no puede tomar decisiones, porque todo lo malo es maximizado, los sentimientos de tristeza se agudizan y cualquier problema, por insignificante que parezca, no tiene posibilidad de solución.
Hoy muchas mujeres viven con depresión que, si no es detectada a tiempo, termina en muerte. Antes creía que era una exageración, pero no, es real y un problema serio.
A mí, me lo detectaron con sencillas pruebas, tipos de pensamientos, frecuencia de llanto,sentimientos de desesperanza, muerte, vacío, culpa e impotencia.
Mi sueño se vio alterado, dormía muy poco, olvidaba comer. Por lo tanto, el cansancio era mayor y la falta de energía y entusiasmo por realizar actividades que antes me brindaban alegría era muy notorio, además de evitar el arreglo personal.
Fue un episodio difícil, pues la suma de pérdidas de seres queridos y crisis familiares me llevaron a perder el amor por la vida, pensando que si dejara de existir, todos los problemas terminarían junto con tanto dolor.
Afortunadamente, esos ángeles que se manifiestan en amigos me llevaron con un psicólogo, quien dijo que se requería de un trabajo conjunto con un psiquiatra -al escuchar eso, pensé que estaban mal, si lo único que tenía era tristeza, pero hasta ahí, que no estaba loca- quien me recetó gotas para normalizar mi sueño, antidepresivos que cambiaron mi humor, y la presencia de amigos y, por supuesto, de mis hijos que estuvieron muy pendientes de mí.
Los medicamentos fueron temporales -8 meses-, me dediqué a estudiar, hacer ejercicio, trabajar y a quererme mucho, creo que fue lo que me ayudó a salir adelante, pero, sobre todo, aceptar que había un problema. Mi infinita gratitud a mi querida psiquiatra Lety Briseño, quien con tal de que estuviera bien olvidó sus honorarios en muestra de solidaridad.
Todas y todos podemos dar la mano a quien lo necesita en un momento así, para todo existe solución menos para la muerte. Lamentablemente, quien vive una depresión no encuentra salida, seamos esos ángeles que ayudemos a volar a quien ha olvidado hacerlo.
Evitemos más historias trágicas como la de Paola y su pequeño hijito Nicolás de 10 años de Colombia que conmocionaron al mundo.
Los motivos que orillaron a Paola, seguramente fueron muchos, el externado en ese momento, problemas económicos. Y muchos pensarán que no eran suficientes razones como para quitarse la vida y arrastrar a su hijo, pero en depresión cualquier motivo es bueno para soltar la vida.
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