La polarización de la sociedad ha venido a dejar las cosas en un abismo binario, y es fácil comprender la razón, tenemos a un presidente que se despacha todas las mañanas a su gusto el desayuno, el cual lo representa el sermón que tiene para ofrecer a sus feligreses, en donde unas veces sí y en otras también, arremete en contra de sus opositores, adversarios, conservadores, fifís, o como quiera llamarlos.
Sin embargo, es la economía uno de los problemas mas graves que enfrenta su gobierno, y desafortunadamente no encuentra la fórmula para enderezarla, la retórica de que le dejaron un país en banca rota, y que tiene que arreglar todo, tarde o temprano se le va a terminar, en especial, por no querer aceptar su responsabilidad por las desastrosas decisiones que ha venido tomando.
Cada vez se alejan más los inversionistas del paraíso que les representaba el país, ¿quién va a querer invertir en un lugar en el que no tiene la certeza de ver crecer sus ganancias? Estos (los inversionistas) están a la expectativa, por las decisiones que se han tomado desde el gobierno, y ante el riesgo que les representa su inversión en suelo azteca, condicionan sus intereses.
Ahora, pretender imponerles a como dé lugar ciertas condiciones es un gravísimo error, porque tarde o temprano buscaran mejores horizontes. Brasil por ejemplo, que en la actualidad es uno de los destinos que más les ha llamado la atención, todo lo que se veía bien para esta parte del continente, se dirige ahora hacia el sur.
Se acepte o no, no cambian las cosas, y para muestra basta recordar que las grandes obras que se tienen planeadas, que en caso de concluirse pueden ser, eso sí, emblemáticas, carecen de los elementos esenciales de dictamen y estudios correspondientes, lo que desde luego genera dudas en quienes tienen la posibilidad de inyectar recursos por el riesgo que conlleva esta condición.
La cancelación de un aeropuerto de las dimensiones que representaba el de Texcoco y su vida útil, resultaba de gran importancia para acercar a México con el mundo, para darle proyección internacional con factores de impacto en beneficio de los negocios y el turismo, pero se fue al caño a causa de un capricho, sí, del capricho del único que decide en el país, es lamentable que estas decisiones se aplaudan, y se hizo con el pretexto de la sospecha de que la obra estaba infestada de corrupción, sin embargo, un verdadero estadista hubiera ordenado una investigación exhaustiva y el castigo correspondiente en caso de ser positivas las sospechas.
En realidad, se trata de un desperdicio descomunal, ha dejado pérdidas millonarias que aún hasta el momento no se sabe cuál es el cálculo final, pero la obra inconclusa quedará ahí, como el monumento a la ineptitud de un gobierno que aspira a iniciar un cambio de grandes dimensiones y que cada vez se parece a otros que ya pasaron y pretendían ambiciones similares.
Defender al presidente a usanza no le ayuda, él tiene la obligación de rectificar el rumbo, darle certeza a lo que tiene pensado como proyecto de nación. Generar encono y rencores en la sociedad no le servirán para cumplir con su meta, porque hasta el momento se la ha pasado haciendo denuncias mediáticas y sin pruebas, arremete utilizando la fuerza del estado en contra de quien se atreve a cuestionar sus formas.
La corrupción es un mal que debe combatirse sin duda alguna, pero en todo caso, al ser descubiertas actividades de ésta índole debe investigarse a fondo y castigar a quien resulte responsable, exponer nombres de personalidades importantes para un juicio mediático, deja todo en calidad de circo, en vez de imponer al derecho como herramienta.
Se le complican varios frentes al gobierno federal, y más vale, por el bien de todos los mexicanos, que recomponga el rumbo. Nadie, en su sano juicio desde luego, desea que le vaya mal al presidente, porque el resultado sería que al pueblo le iría peor.
Esa lógica incomprensible que se asemeja a la de; en caso de sufrir una herida en el brazo, hay que cortar el brazo, es irresponsable, hay que curar la herida, aún con dolor, repararla, y aplica el ejemplo a la condición de que si se detectaron anomalías en la construcción del aeropuerto de Texcoco, del tren interurbano México-Toluca, estancias infantiles, etcétera, debe aplicarse la ley, así de simple, pero ¿cancelar? Que más bien, fue el pretexto que utilizó el presidente para desaparecer lo que no es suyo, aún a costa de que pague el pueblo por su decisión.
A final de cuentas, las obras, programas o proyectos ya sean de ésta administración o de las anteriores, deberían ser valoradas por el beneficio que aportan a la sociedad, porque con cada cambio gobierno surgen arrogantes los nuevos funcionarios que pretenden desechar todo lo anterior, presumiendo que sus ideas son mejores, y redireccionan programas existentes para darles otro nombre, con la finalidad de mantener pasivos a los supuestos beneficiarios que lo único que se necesitará de ellos es su voto.
Ahora, el nuevo gobierno tiene que enfocarse en un crecimiento uniforme, y el presidente debe dejar de dividir a la sociedad y unir esfuerzos, no sólo cuando así le convenga, porque su envalentonado ofrecimiento de crecer al 4% del PIB se ve cada vez más lejos y con las decisiones de sus primeros días y la obvia desaceleración de crecimiento, le dan una bofetada en el rostro.
Un poco de humildad no le cae mal a nadie, y deberíamos empezar por ahí, la bravuconada de estar de lleno en una Cuarta Transformación del país solo causa preocupación, llamando conservadores a los detractores no es como verá el mundo a un país en pleno crecimiento, porque en todo caso, las ideas que se pretende imponer son las conservadoras, fijarse metas con la intención de parecerse a Juárez, es regresar a un país que en la actualidad nadie quiere, la historia lo dice, pero el presente se resiste, no puede haber nuevas fórmulas con viejas ideas.