En las familias suele haber un presupuesto para casa, comida y sustento (no en todos los casos), pero cuando el papá o la mamá tienen resueltos estos satisfactores básicos de pronto sueñan con hacerle mejoras a la casa, en comprar un carrito, en ir de vacaciones, pero ocurre que ya llegó el recibo de luz, el gas, hay que pagar el celular (ya es un básico), pagar la renta, mientras la permanencia en el empleo es incierta y los precios de todo lo necesario van subiendo e impiden que los sueños se cumplan. La realidad se impone, los planes del padre o la madre y del resto de los miembros de la familia, en contra de lo que habían pensado no se pueden llevar a cabo. Tal vez, vendiendo el terrenito que tenían heredado de los abuelos para poner un negocito con que ayudarse.
Así las cosas, empiezan los conflictos entre padre, madre y hermanos, y aquello se vuelve una verdadera guerra civil en familia -cualquier semejanza con lo que estamos viviendo es pura coincidencia-; y si me preguntan la recomendación, ésta es: o nos aclimatamos o nos aclimatamos.
Se trata de vivir en una economía de crisis. Se impone la mesura, el ahorro, comunidades unidas y fuertes que no se presten a la polarización. Lo cierto es que si los trabajadores y trabajadoras destinan casi el 19.7 por ciento de su ingreso al pago de impuestos y seguridad social (de acuerdo a la OCDE), lo que queda, de suyo magro, no puede cumplir los planes ni sueños de nadie, sobre todo con el anuncio del 11 de abril del FMI, Fondo Monetario Internacional, en el sentido que los países se deben preparar para enfrentar la desaceleración mundial de la economía con una política fiscal que incentive la inversión (local y foránea) y el gasto social que está sobregirado –GULP–. Se requiere de ampliar la base de contribuyentes, cobrarles a los grandes causantes y respetar los acuerdos y contratos establecidos con empresas y organismos internacionales que generen confianza y logren las metas de crecimiento que el país requiere.
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@MargaJimenez4
