“Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas”. Bertrand Russell.
Me encanta escribir de felicidad. Y más, en estos tiempos. Es algo de lo que muy pocas personas pueden estar orgullosas. Pienso que este término depende, de lo que cada quien piense que es este enorme don.
Para unos, la felicidad es el dinero. Para otros, una familia unida. Para otros más, comer solo ese día. Pero el relato que les voy a decir, se trata de la tarea de buscar entre la inteligencia científica y la emocional -dos de las muchas- que existen.
Una es la que cuantifica y analiza cada instante de su vida, lo que va a hacer y pues lo hace. La otra, la que va por el camino y se dedica a hacer mientras piensa. O simplemente intuye lo que debe realizar en el momento que cree oportuno.
Como estos dos seres humanos que se encontraban en la selva. Uno de inteligencia científica y el otro con inteligencia emocional. Cuando vieron venir al tigre que andaba rondándolos, uno se puso a hacer cálculos matemáticos de cuánto tiempo tardaría en llegar a él. Mientras, el otro corría y corría, para que no lo alcanzara. Por supuesto que uno murió científicamente.
Resulta evidente que, por un lado, la felicidad depende de las circunstancias y, de otro lado, de uno mismo. En este texto hemos tratado este segundo aspecto, y hemos concluido que la receta para la felicidad es muy simple.
Muchos juzgan que es imposible la felicidad sin una creencia religiosa en mayor o menor grado.
Muchos que son desdichados piensan que su desgracia tiene orígenes complicados y muy intelectuales. Yo no creo que sean ellos las causas de la felicidad ni de la desdicha; creo que sólo son sus síntomas. El hombre desgraciado se inclina a abrazar un credo desgraciado y el hombre feliz un credo feliz. Cada uno achaca su felicidad o su desdicha a sus propias ideas, cuando acaece todo lo contrario.
En general puede afirmarse que el que percibe el cariño es el que a su vez lo entrega. Vida feliz es en buena medida, un sinónimo de vida buena.
La abnegación consciente recoge al hombre y le recuerda con vehemencia aquello que ha sacrificado. Ello tiene como consecuencia que fracasa numerosas ocasiones en su objeto inmediato y casi siempre en su fin último. El no necesita la abnegación, sino la dirección exterior del interés, que desemboque con espontaneidad y con naturalidad en los mismos actos que una persona ensimismada en adquirir su propia virtud no podría efectuar sino mediante la abnegación consciente.
El hombre feliz es el que no siente el fracaso de ninguna unidad, el que no bifurca su personalidad en contra suya ni se alza contra el mundo. El que se siente ciudadano del universo y goza en libertad del espectáculo que le brinda y de las alegrías que le propone, sin temor a la muerte, ya que no se juzga separado de los que le suceden. En esta profunda e instintiva unión con la corriente de la vida se encuentra la verdadera felicidad.
Por supuesto que este texto es de un hombre extraordinario que ha quedado dentro del ánimo y la reflexión de la gente, como uno de los más importantes filósofos de nuestros tiempos. Su nombre es Bertrand Rusell. Y después de años, se lo agradezco y lo tomo, porque mi México merece ser feliz.