Estudiar la creación del universo; averiguar quién escribió los códigos de valores; entender por qué y para qué vino Jesucristo a un lugar más que pobre y feo: a nacer dentro de un pueblo miserable y sufrido que era el judío; armar el entendimiento para valorar el significado de la palabra libertad, amor, constancia y dominio propio; saber que Él vino a darnos como buena nueva… que el Reino de Dios está por llegar, es algo fascinante.
Esto lo estudio, con un asombroso entendimiento -porque de esto no sé nada-, con muchos eruditos en el tema, que están dentro de una universidad, clásica, seria, bajo la pedagogía ignaciana, llena de gente joven y con ganas de cambiar al mundo: la Ibero.
Me siento y me lleno de luz. De esa que muy pocos seres en el universo tienen la fortuna de vivir. Soy invitada a una maestría en Teología que tiene muchos prerrequisitos, y toneladas de lecturas por leer, entender, analizar y convertir en ensayos; soy una invitada de Jesús, que a través de los jesuitas, hace milagros.
Y a usted, querido lector, le debe de parecer extraño y raro esto. Pero sin lugar a dudas, es muy importante mover nuestro entendimiento hacia adentro: saber que venimos de algo asombrosamente maravilloso, que tuvo la gentileza de prodigarnos vida; que fue en extremo generoso de tenernos aquí con una gran singularidad: con soplo llamado espíritu (el soplo del espíritu); invitarnos a pensar que es nuestra responsabilidad hacerlo crecer o no. Acciones y palabras para decirnos quién es Dios.
He indagado que esto es más sensato que ir a pedirle apoyo a muchos gobernantes, para que ayuden a sus semejantes. Ese “algo”, que ellos nunca entenderían. Y que además creen, a pies juntilla, que el soplo maravilloso lo tienen ellos para que la gente les crea. Porque son ellos los que hacen milagros… Qué risa.