Envalentonado como siempre, echado pa’ delante aunque ese arrojo lo lleve al precipicio, Andrés Manuel López Obrador sigue retando a cuanto se atreve a contradecirlo, a pensar diferente, y en esa arrogancia de creerse el que todo lo puede, lleva a su rebaño de millones de marginados a imaginar que con su política de mano alzada, de “austeridad” republicana, México abandonará su miseria, su despojo, su ira contra todo aquel que se hizo de sus bienes para beneficio propio.
Un año y dos meses ya han transcurrido de su asunción al poder y él -como se ha señalado en muchos espacios- sigue comportándose como candidato; machacando a los neoliberales; culpando de todo mal al pasado reciente; convenciendo a los acarreados que cacarean sus ocurrencias en los eventos de provincia, que su “me canso ganso”, convertido en necedad, será la varita mágica para llevarnos al país de las maravillas.
A la fecha no ha contenido y mucho menos acabado con la inseguridad que galopa bastante más aprisa que él, bañando al país de sangre en una estrategia más que fallida. Los muertos los pone el pueblo, los abrazos los pone él.
El cero crecimiento y el desempleo, que van de la mano de su torpeza y vanidad, tienen a la inversión local y extrajera más que desconfiada y los ricos siguen sacando su dinero porque aquí nada más no parece verse la luz que nos lleve a un estatus diferente.
Aunque dijo que barrería las escaleras de arriba para abajo, abajo y arriba sigue habiendo la misma corrupción pero ahora más simulada, mustia diría yo.
Los servidores públicos solo se cambiaron la camiseta, de roja a guinda, y se subieron a otro barco, pero para seguir igual y en algunos casos mucho peor, llevándose cuantiosas tajadas de los dineros de la nación a sus hoy crecientes cuentas bancarias.
En las compras de insumos, que antes las disfrazaban de amañadas licitaciones públicas, hoy se hacen de manera directa pero la “mochada” de proveedor a funcionario sigue siendo la misma, tanto en el gobierno federal, como en los estados gobernados por quienes llegaron al poder impulsados por el partido Morena, y si no, que le pregunten a Miguel Barbosa en Puebla.
Los altos funcionarios de la Cuarta Transformación, que más parecen de la deformación, porque han distorsionado la practica de la política, que debería traducirse en servicio y bien común, comen en restaurantes caros, se hacen acompañar de elementos de seguridad, andan en vehículos de lujo y blindados, y en muchos casos, hasta sus escoltas se alimentan y beben en los mismos lugares que sus jefes (para no perderlos de vista) con cargo claro está al erario público. Uno de ellos es Alfonso Durazo, a quien hasta a la puerta del baño sus guaruras lo conducen, por aquello de no te vayas a llevar un susto.
Hoy López Obrador prefiere a colaboradores a los que les dice honestos pero que son en su gran mayoría improvisados, y en ese aprender a trabajar en la administración pública, están llevándonos por una ruta torcida, equivocada, y muy lejos, hasta ahora, de esa recuperación de la estabilidad económica y política que nos dé certidumbre para recuperar el crecimiento que extraviamos hace muchas décadas.
Pero mientras haya mexicanos que no tengan un pedazo de pan para llevárselo a la boca, y no se castigue de forma ejemplar y clara a los que dañaron y empobrecieron al país, el Presidente seguirá hablando, arengando a los que como yo creímos en el cambio verdadero, pero sólo para seguir igual o peor, porque la ruta que viene trazando ni reconcilia ni da certidumbre a los mercados ni abate a la delincuencia y tampoco a la pobreza, que sigue viviendo en los rostros de la desesperanza de las mayorías.
Es López Obrador un hombre de buenas intenciones, sí, pero de eso no se come. Su afán por desmarcarse de las conducciones equivocadas del país, lo tienen tan distraído y ensimismado, que el estancamiento y retroceso se han hecho más que evidentes, ante un hombre que no escucha y no ve más allá de su ego.
Sus colaboradores, sumisos, inexpertos pero también en muchos casos voraces, que no se atreven a contradecirlo, agachan la cabeza frente a él y le dicen sólo lo que quiere oír.
El reducido grupo de colaboradores que lo acompañan en Palacio Nacional, no están ahí ni madrugan todos los días por el raquítico salario que les da y menos por amor a la Patria, sino por las oportunidades de hacerse de jugosos negocios al amparo del poder.
¿Estamos mejor? ¿Vamos bien? ¿Acabará con la pobreza regalando dinero en lugar de generar inversión para que haya obras y con ello empleo? ¿Los delincuentes, narcotraficantes y secuestradores depondrán sus armas y aceptarán los abrazos?
Lo que hasta hoy vemos y los hechos hablan por sí solos, es que hay corruptos disfrazados de honestos; no crecemos, no hay inversión; México está dividido, hay polarización, encono, división; los narcotraficantes son amos y señores de estados enteros; los centroamericanos que invitó en campaña porque habría trabajo hasta para ellos, le tomaron la palabra y ahora deambulan por las calles de diversas ciudades del país, limpiando parabrisas o incorporándose a las filas de la delincuencia.
Y mientras todo esto pasa y para colmo de nuestros males, el Presidente de Estados Unidos presume la docilidad que ante él asume López Obrador, a quien dice controlar y manejar a su antojo con la amenaza de cancelar el Tratado de Comercio si no hace cuanto el pelirrojo exige.
¿A dónde vamos Presidente?
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