Hace un año, a estas alturas, el presidente Andrés Manuel Lopez Obrador no podía ocultar su felicidad por el resultado de los altos niveles de popularidad con los que gozaba y que arrojaban los estudios de las casas encuestadoras más importantes del país.
Ahora, las cosas han cambiado drásticamente. En el ejercicio del poder es normal que el índice de aceptación del gobernante decaiga, debido a que tiene que tomar decisiones que no siempre son del agrado de todos.
Aunque sí es de llamar la atención que el reporte de esos niveles siempre han preocupado más de lo normal a López Obrador, ya que para evitar enfrentar la consecuencia de una decisión impopular, culpa a alguien del problema, o encarga su atención a otro.
De esta manera, el mandatario se apoya en diferentes funcionarios cuando los temas le resultan complicados; así, han pasado de la obscuridad al protagonismo personalidades como Marcelo Ebrard, Alfonso Durazo, Santiago Nieto, y más recientemente el subsecretario de Prevención y Promoción de Salud, Hugo López-Gatell, quien ha tomado un papel más que protagónico, nadie sabe porqué no es el secretario Jorge Alcocer, bueno sí, pero no oficialmente.
El 2019 resume un año bastante complicado para el gobierno federal, las cosas no han salido como lo esperaban, en particular, como lo pronosticó AMLO; pero cuando no se toma en serio el ejercicio de la administración pública, que se demuestra al presumir que no tiene ninguna ciencia gobernar, que sólo es hacer uso del sentido común, la realidad impacta de manera cruel a la apuesta.
Y así, los altos niveles de inseguridad, el estancamiento económico, el debilitamiento del sector salud, los conflictos que han surgido con empresas extranjeras, el sometimiento por conveniencia de empresarios, y los continuos ataques a la prensa libre, que se suman a la constante división entre los mexicanos animada desde lo más alto del poder, arrojan un panorama lo suficientemente inadecuado para poder enfrentar una crisis mundial con pronóstico reservado, como la que se enfrenta actualmente.
A decir verdad, nadie se la esperaba; hasta finales del año pasado, cuando todo parecía normal, México ya estaba en la antesala para enfrentar otro año de retos, con un raquítico crecimiento, y pocas expectativas de mejorar en seguridad y salud.
Ahora, se presenta un muy negro panorama, la pandemia del COVID-19, para el que nadie podría haber estado preparado, pues a decir de algunos, será más complicado que lo que enfrentó el mundo después de la Segunda Guerra Mundial.
La declaración de la pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), toma por sorpresa a muchos países, incluido el nuestro, que se presenta con un sistema de salud en plena reconstrucción, derivado del cierre del Seguro Popular para dar paso al Insabi, el nuevo modelo de salud del gobierno federal, mismo que el propio mandatario prometió que su servicio se normalizaría en diciembre, solo que ni él ni nadie pudieron haberse imaginado que se pondría a prueba tan pronto.
A lo anterior, debe agregarse las inconformidades de los trabajadores del sector, quienes reportaron desde hace meses que no cuentan con medicamentos, ni con el equipo necesario para poder atender adecuadamente la emergencia que se avecina.
El problema que se le presenta a México, es tal vez el más complicado de los últimos tiempos, en un contexto impensable, y peor aún, en medio de la intención de implementar un nuevo sistema político. No obstante, no debe perderse de vista que apenas estamos alcanzando la cima, lo duro vendrá como consecuencia de una vertiginosa caída como en tobogán, sin conocer el fondo.
Los reportes de las diferentes instancias gubernamentales no son alargadores. Según se denunció, la secretaría de Salud no permitía que se hicieran pruebas en los laboratorios, ya certificados, para detectar posibles contagios del coronavirus, para con ello, contar con la estadística indispensable, y entonces implementar la estrategia que seguramente ya se tenía preparada para ese fin.
Mientras tanto, los ciudadanos aún continuaban con sus actividades normales, a pesar de que algunos viajeros que arribaron al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, procedentes de Asia y Europa, comentaron que nadie los revisó a su llegada, cuando algunos incluso, presentaban síntomas que debieron haber llamado la atención.
Esto preocupó a una buena parte de la sociedad, quienes sin esperar indicación alguna del gobierno, se pusieron de acuerdo y decidieron resguardarse en sus hogares, pues no se sabía, ni se sabe, cuánta gente que ya se encuentra contaminada con el temido virus, y sin imaginarlo, anda deambulando por las calles.
De darse este supuesto, el contagio se proyecta de manera exponencial, y aunque el gobierno diga que controla la estadística, no puede ser menos que preocupante lo anterior, porque en caso de no ser así, en poco tiempo todo se desbordará y no habrá suficientes camas en los hospitales para atender de golpe a tantos enfermos, porque la idea de la prevención era no verse rebasados para manejar una cantidad razonable.
Ahora, ya no es tan importante si el gobierno tenía o no la razón, o si fue coherente esperar por más tiempo, o que tal vez fue demasiada la necedad de instalarse en la fase 1, ya que en este momento la gente se encuentra ansiosa por descubrir quien puede ayudar para salir lo más pronto posible del problema, y de ser así, no se olvidará y lo compensará en el futuro, contrario a quien actúe de manera mezquina.
Al final de la crisis de salud, vendrá una nueva, la económica, en la que se valorarán las acciones tanto del gobierno, como la de los que al tener la posibilidad de ayudar y no lo hicieron, no se olvidará. O ¿es acaso más importante continuar con proyectos? O ¿Es más importante cuidar sus inversiones? Mientras tanto y por el momento, puede parecer cruel tener qué elegir entre la salud y la falta de recursos, pero sin salud no hay forma cómo recuperar lo segundo.