Con casi 50 mil mexicanos muertos y cerca de medio millón de contagiados por el COVID-19, el país vive en duelo permanente.
Cincuenta mil familias han perdido a alguno de sus integrantes, quienes tenían un nombre, una historia, sueños, amores, proyecto y que hoy son sólo cenizas. La muerte hizo su agosto y éste fue un país propicio para ello, por las decisiones tomadas tardíamente, los malos ejemplos de las autoridades y la resistencia al cambio de las nuevas formas de convivencia de la población.
Hugo Lopez-Gatell, subsecretario de Salud de la federación y responsable de la estrategia para enfrentar la pandemia del SARS-Cov-2 en el país, ha fallado. Los números son fríos: 50 mil muertos, casi 450 mil contagiados, médicos y enfermeras caídos. Las decisiones tomadas a destiempo: tarde para atacar el problema sanitario, y pronto para abrir las actividades públicas, cuando el riesgo aún está vigente. Los datos duros hablan del fracaso.
El coronavirus llegó a México después de brotar en China y en los países europeos. Tuvimos la oportunidad de estudiar, revisar y aprender sobre sus experiencias; de hacer tantas pruebas como fuera necesario y posible.
No se hizo. Nuestras instituciones de salud no tenían la infraestructura adecuada en febrero que se presentó el primer contagio en el país, médicos y enfermeras no contaban con los insumos que requerían, a pesar que desde enero se sabía que el virus llegaría a México. El personal sanitario empezó a convivir con la muerte en las calles, en los pasillos y las camas de hospital. Estas condiciones favorecieron que ellos también se contagiaran y murieran en el ejercicio de su deber.
En otro ángulo de la tragedia, la insuficiencia de cementerios y crematorios, a más de la cantidad de muertos almacenados, en el mejor de los casos, en camiones frigoríficos, sin que sus deudos los reclamen, dan cuenta de la realidad que se vive. La muerte tiene permiso, como reza el título del famoso cuento de Don Edmundo Valadez. Fin de la historia.
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@MargaJimenez4