Y me pasó como me pasa todo en la vida. De sopetón, pero ahora sí, con previo aviso. Resulta que a mi amiga Maricarmen le escribió su amigo X, para decirle que estaban vacunando en Temoaya y que el había estado dos horas parado y que había salido rápido. Eso fue por la mañana: la vacuna y el comunicado. Ella lo mandó como a las 7 de la noche, y yo rápidamente, le pedí y le supliqué que fuéramos al día siguiente. Que yo la llevaba. Ella accedió y me habló al rato. Me dijo que su marido también iría. Así que pasaron por mi a las ocho de la mañana.
Temoaya es un lugar mágico, en donde alguna vez, en su centro ceremonial, me nombraron hermana mayor. Eso fue, hace más de 25 años. Todos mis tapetes son de allí, e iba regularmente a ver a mis indígenas, que tejían con sus manitas santas, los que después estarían en mi casa, por años enteros. Y allí siguen tan campantes.
Necesitábamos estar en el Centro de Salud, recién hecho, muy muy arriba de la colina, y cuando llegamos, ya había una cola enorme. Al paso del tiempo, se hizo más y más grande. No faltaba quien se quisiera meter en la fila y los pleitos estaban al por mayor.
Tres horas, al pleno rayo del sol. Llegamos recién salía. En Zinacantepec, además de que no había vacuna, había sí, cinco grados bajo cero. Así que, con camiseta, blusa, chaleco, chamarra y bufanda, nos lanzamos. El pleno rayo del sol nos recibió, a las diez, once, doce y una: era una tortura. Pero toda espera, valía la pena. La tan ansiada vacuna, por fin sería inyectada. Cada vez faltaban menos.
Eran quinientos, cuatrocientos, trescientos, doscientos, cien… ya meno. Y así pasaban los muchachos que trabajaban en el municipio, y gritaban: los de Temoaya, hasta adelante. Y aunque llegaban a la una, a ellos se les daba preferencia. ¿Por qué en ese Municipio, y en 23 más, cuando el territorio del Edomex tiene 125 municipios? ¿Y los otros, cuando? ¿Qué no entienden que tenemos harto miedo? Todavía no tengo la menor idea.
Y en la Secretaría de Salud, tampoco la tienen.
Solo una vez vi a una chica, con chamarra roja, darnos un papel para que pusiéramos nuestros datos, y nuestro teléfono y mail. Lo hicimos. No nos sacaron ninguna foto de ningún tipo.
Debíamos llevar copia de nuestro CURP, de nuestro INE, o IFE, y la ficha de inscripción para ponernos la vacuna, que nos había arrojado la Secretaría de Salud Federal, esa que se colapsó.
Al fin, se rompió la fila y pasamos a un lugar en donde había muchísimas sillas que tenían, eso sí, su distancia, y estaban cubiertas por unos muy largos y grandes plásticos encima. El aire fresco por fin llegaba. Allí fue esperar otra media hora.
Al rato, nos pasaron a otro lugar más pequeño, arriba, en donde sí estaban poniendo ya la vacuna. El hecho es que nos pidieron de nuevo nuestro IFE, o INE, y tomaron de nuevo nuestros datos.
Y por fin, después de cuatro horas, habíamos llegado. El piquete ni se sintió. Se pudo poner rápido. Al final nos hicieron esperar un cuarto de hora, para ver si había o no reacción.
No paso nada, en el inter, nomás una mujer que insolada, tuvo un “golpe de calor”. Y se la llevó una ambulancia que estaba allí muy apresurada, por lo que pudiera suceder.
Las secuelas de la vacuna fueron, dolor de cabeza, de hombro en donde se puso la vacuna, espalda, diarrea, nada más. Esta, y la segunda dosis, harán que nos mantengamos vivos en esta época tan difícil de la vida. Nosotros todos, adultos mayores. Espero que pronto nos digan, como a mi amigo Ignacio de la Cdmx, de Cuajimalpa, cuándo va a ser la próxima segunda vacuna. Por Dios, que no se les olvide.
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