“Más valen cinco años de rey que cincuenta de güey”, “le vendo a mi hijito, él puede ser un halconcito y hacerle mandados”, son expresiones duras del estado delincuencial que padece la niñez mexicana, la del abandono y la pobreza en nuestro país. Funcionarios de alto nivel en otros años y dirigentes de organizaciones sociales en proceso de desaparición han dado cuenta de ello.
La creciente criminalidad entre los niños se advierte en estudios como el de Saskia Niño de Rivera, presidenta de la Asociación Reinserta, y los del INEGI, entre otros que así lo apuntan.
La Red por los Derechos de la Infancia en México estimaba en septiembre de 2020 que en el país había cerca de 45 mil menores de edad reclutados por el crimen organizado, destinados desde los 14 años o menos a robar, secuestrar, vender o trasladar droga, vigilar casas de seguridad o ser sicarios.
La inserción de menores en la delincuencia tiene motivos diversos, tales como las familias desintegradas y el trato de sus padres, la violencia intrafamiliar, el vacío y el olvido social y del Estado, lo que la agudiza y provoca que en edades tempranas, en muchos casos, se inicie esta espiral delincuencial.
Algunos datos del INEGI señalan que en 2018 fueron asesinados 467 niños y adolescentes, que en 2017 había 5 mil 569 niños, niñas y adolescentes purgando una condena por ilícitos, ya fuera por portación ilegal de armas, drogas y hasta homicidio.
Las organizaciones no gubernamentales venían haciendo un buen trabajo en este sentido: atendían a los niños de la calle, a quienes padecían problemas de violencia intrafamiliar o desintegración de la vida comunitaria y escolar, organizaciones que han ido desapareciendo en la medida que el gobierno les ha quitado todo apoyo y puesto obstáculos a sus donatarios.
Y no olvidemos a los niños en condición de calle que no quieren vivir con sus familias, ni en casas hogar. Lo que quieren es vivir en la calle, situación en la que el inicio a la delincuencia está a un paso como consecuencia de un tejido social roto.