Nadie cruza nuestro camino por casualidad. El hecho de que esté reunida aquí, en este lugar y con la gente que queremos y nos quiere, es simplemente una nueva aventura de mi vivir. Cosas van y cosas llegan de sopetón y sin previo aviso. El hecho de enfrenarlas, abordarlas, solucionarlas, de resistirlas: mirar para frente y nunca para atrás, ni para tomar vuelo: nos hace diferentes. No cabe duda de que somos seres muy bendecidos.
Y esto nos provoca tomar esta invitación con una actitud responsable, comprometida, solidaria, arropadora, transigente, comprensiva, complaciente, deliberada… de saber que al estar cerca de alguien que nos lee, estamos más que unidas. Porque somos mucho más que dos…
Dice Thorthon Wilder que Donde existe lo desconocido, existe aún la esperanza, en su famoso Idus de Marzo. Y esto es el comienzo de un suceso, que muy probablemente cambie la historia de la vida de muchas de las personas. Por supuesto que no se avecina como fácil. Pero es que de retos. Y todos han sido superados.
He de comentarles queridos lectores, que me he encontrado en este tiempo a personas, muchas, que están estudiando al ser humano de forma cosmogónica. A otras, que estudian sus valores y virtudes. A unas más, que se interesan en el estudio de las religiones y las comparan. Pero esto no es extraño. El hombre al fin asume que necesita entender y conocer algo más que el simple hecho de lo que le dicen que haga: amar a Dios.
Ahora trata de entenderse y amarse, conocerse, respetarse y aceptarse. Además de entender que nos hicimos, nos hicieron, a imagen y semejanza de Dios. ¿Nuestro mejor logro? Tratar de vivir sin ningún problema. Que el gran arquitecto del universo nos de salud. Lo demás, ver de qué manera podemos generarnos lo demás.
Resulta evidente que, por un lado, la felicidad depende de las circunstancias y, de otro lado, de uno mismo. En este texto hemos tratado este segundo aspecto, y hemos concluido que la receta para la felicidad es muy simple. Muchos juzgan que es imposible la felicidad sin una creencia religiosa en mayor o menor grado.
Muchos que son desdichados piensan que su desgracia tiene orígenes complicados y muy intelectuales. Yo no creo que sean ellos las causas de la felicidad ni de la desdicha; creo que sólo son sus síntomas. El hombre desgraciado se inclina a abrazar un credo desgraciado y el hombre feliz un credo feliz. Cada uno achaca su felicidad o su desdicha a sus propias ideas, cuando acaece todo lo contrario.
En general puede afirmarse que el que percibe el cariño es el que a su vez lo entrega. La abnegación consciente recoge al hombre y le recuerda con vehemencia aquello que ha sacrificado. Ello tiene como consecuencia que fracasa numerosas ocasiones en su objeto inmediato y casi siempre en su fin último. El no necesita la abnegación, sino la dirección exterior del interés, que desemboque con espontaneidad y con naturalidad en los mismos actos que una persona ensimismada en adquirir su propia virtud no podría efectuar sino mediante la abnegación consciente.
El hombre feliz es el que no siente el fracaso de ninguna unidad, el que no bifurca su personalidad en contra suya ni se alza contra el mundo. El que se siente ciudadano del universo y goza en libertad del espectáculo que le brinda y de las alegrías que le propone, sin temor a la muerte, ya que no se juzga separado de los que le suceden. En esta profunda e instintiva unión con la corriente de la vida se encuentra la verdadera felicidad. Es verdad lo que Bertrand Rusell escribe. Sensato, inteligente y digno. Como usted, como yo. Feliz inicio de navidad.