Enrique Jackson murió el 1 de diciembre. Lo conocí hace tiempo: vigoroso, inteligente, conversador sapientoso, de buena pluma; funcionario en los mejores niveles y un legislador brillante.
Venido de Los Mochis, Sinaloa, fue expresión de lo mejor de su patria chica: cabal, leal, honraba sus compromisos con su encargo en los puestos que desempeñó, ya fuera como funcionario o como militante de su partido. La generosidad estuvo siempre presente en todos los actos de su vida. A muchos dio la oportunidad de ser y crecer.
Priista de convicciones ejerció todas las posiciones en su partido: Presidente del PRI del D.F. y en el nacional, Secretario de Organización, de Elecciones, Secretario Técnico del Consejo Político, Presidente de la Fundación Colosio; diputado federal dos veces, senador que presidió el Senado del 2000 al 2006 alternando con Diego Fernández de Ceballos y Manlio Fabio Beltrones. En esta posición destacó por su habilidad conciliadora para llegar a acuerdos.
México, la justicia y el respeto a las instituciones definieron su actuar: hizo política de la buena, estrategias inteligentes para el mejor desempeño de sus responsabilidades y de los resultados que había que ofrecer a la sociedad. Cabildeó; coordinó, señaló el rumbo, legisló, asesoró, dio trabajo a muchos y supo ser solución en el conflicto.
Con sus grandes manos jugaba con su abundante bigote cuando los planes estaban en gestación y se reunía con los equipos de trabajo. Con ojos y manos comunicaba preocupación, determinación si había encontrado la solución a algún problema o algún proyecto y que estaba pronto a tomar una decisión.
Dejó huella por su sentido del deber del que fuimos testigos quienes en algún momento lo acompañamos en su viaje. Servir bien y a tiempo era la consigna. Siempre quedó claro.
Habría que mencionar su sensibilidad, poco frecuente, para el buen entendimiento con los que tienen o saben menos, lo mismo que con personajes de prestigio y poder. Tocó las puertas de la precandidatura a la Presidencia de la República en el año 2005 en la elección interna priista.
Su huella queda. Adiós Enrique, adiós querido amigo.