Es propicio decir que en estos últimos días se vive un ambiente de desolación y zozobra. Los tiempos que atraviesa la humanidad, aquellos que debían significar un porvenir promisorio, se están convirtiendo en un angustiante caminar de las horas, que nos recuerda que, en toda latitud, siempre está vigente la tragedia.
El quehacer sociopolítico y nuestra condición humana nos debe invitar a reflexionar acerca de que los terribles acontecimientos del conflicto bélico en Europa pueden ser aun de proporciones catastróficas, y no es momento de socavar la idea de que todo es consecuencia de un sinfín de momentos de la historia que en su punto más álgido terminan por recordarnos que somos piezas muy pequeñas de este engranaje y que las consecuencias devastadoras pueden llegar siempre de repente.
Por tratarse de un conflicto que involucra a grandes potencias mundiales es imprescindible reconocer que los daños colaterales, siempre serán lo más grave y difícil de asimilar, ya que los civiles que perecen, son solo consecuencia de decisiones que involucran poder y control.
Pero, las estadísticas nos dicen mucho y en México no es tan distinto, de hecho, es muy grave que no lo mencionemos con más regularidad; las condiciones sociales, económicas y políticas son verdaderamente preocupantes. Vivimos en un país con ausente ejercicio de la ley que cotidianamente se desgasta y nos arrastra a un espacio de incertidumbre y frustración. Nos asecha la muerte a cada instante. Por ello, nos debe doler el dolor de quienes padecen en carne propia la tragedia, nos debe doler que tú o que yo, en cualquier momento podemos pasar a ser parte de las víctimas y engrosar las listas de desaparecidos o muertos que a diario se convierten en estadísticas infames.
Como en otros lugares, en México el anhelo de lo que pudo ser, impulsa movimientos erráticos que están terminando por influir negativamente en lo individual y por supuesto en lo colectivo de nuestra sociedad. Debe pesarnos saber que, entre el desencanto y la apatía, la euforia sin válvula de escape, y los intentos por movilizar a la sociedad civil; la clase política y el crimen organizado se ocupan de desmembrar las aspiraciones de todos los que a diario buscan un mejor lugar.
Basta de la conformidad, del silencio, de la absurda costumbre de agachar la cabeza y decir que en México no pasa nada. El mundo también está volteando hacia nosotros, se percibe en el orbe que los ríos de sangre nos inundan, que podemos en un instante dejar de tener nombre e identidad. México se está convirtiendo en una fosa de interminable fondo, en México no hay estado de derecho, no hay legalidad, ni justicia.
Es agobiante y hasta triste creer que vamos por buen rumbo, y peor será cuando nos demos cuenta de que ni siquiera el proceso transitorio de estos años haya significado algo, más allá de la pasividad y la indiferencia.
En un lapso de 72 horas el número de homicidios dolosos en México se registró en 166, y en Ucrania que se encuentra en guerra, en ese mismo periodo llegó a 198.
