Los lamentables hechos ocurridos el pasado sábado en el estadio “La Corregidora” de Querétaro, donde un grupo de pseudoaficionados se amotinó al interior del inmueble, causando un daño severo a aficionados del equipo contrario, bajo el pretexto de una rancia rivalidad deportiva, no significa solo un acto denostable que transgrede el espíritu del futbol, el deporte nacional y la sana convivencia. Representa sin duda, una marca histórica en la vida reciente de nuestra sociedad. Es el eco y la imagen misma de eso en lo que nuestro país se ha convertido.
Un país que ha vuelto parte de su cotidianidad la barbarie, el desprecio por la vida y la paz social. Un lugar donde se ha normalizado la violencia en niveles insospechados, donde además reina la indiferencia de la autoridad, la desorganización institucional y una premeditación para causar daño a terceros, que nos deja muy claro que la decadencia de la sociedad mexicana, se puede observar en cualquier esquina.
No existe palabra alguna que pueda describir con puntualidad el sentimiento de indignación, impotencia y terror que uno llega a sentir con las imágenes de las víctimas, como tampoco existe un posicionamiento que justifique la crueldad.
Lo que hemos presenciado en una cancha deportiva, no dista mucho de lo que una semana antes se vivió en calles de Michoacán, donde fueron ultimados un grupo de asistentes a un velorio; o la masacre de estudiantes en Zacatecas de días pasados; y uno termina por reconocer que la violencia se expande cada día más por nuestro entorno y que pareciera que como en cualquier pueblo sin ley, la impunidad y la infamia se apodera de nuestras vidas.
Cuando un sujeto, y peor aún, una masa enardecida y sin piedad, se atreve a violentar a personas en estado de indefensión que en el contexto son vulnerables, sean otros hombres, niños, adultos mayores o mujeres, y más allá del señalamiento y el escarnio público, no se actúa para propiciar el resarcimiento y la pena, traslapando la justicia con los intereses y la ideología de otros grupos, como sociedad estamos fallando severamente a las víctimas y a nuestras generaciones venideras.
Ojalá que la autoridad actúe en consecuencia y logre dar con los responsables de ésta y todas las atrocidades que cada día se cometen en nuestro territorio.
Lo que uno debe preguntarse ahora es, si la violencia que prevalece, es producto de un racionalismo vago en la decisión del comportamiento de gran parte de la sociedad mexicana; si la causa fundamental es la ausencia de gobernabilidad; o si somos víctimas todos del miedo a vivir en paz, derivado de la historia misma de nuestra nación y la constante perspectiva y sentimiento de haber nacido en un lugar donde la vida no puede ser sino trágica.
Tenemos mucho que reflexionar y hoy más que nunca esa reflexión debe ser inducida, pues en fecha de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, el llamamiento debe ser, además, que, como sociedad, nos esforcemos en erradicar la violencia sistemática que existe hacia ellas, y que sea por demás injustificable cualquier acto que signifique un paso atrás en la lucha por encontrar la igualdad sustantiva, entre mujeres y hombres.
¡No más violencia!
