Un día, yo tuve un problema físico muy serio. Como le habrá pasado a usted, y a muchas de las personas que tienen mi edad. O menos años. Eran las cinco de la mañana, y me levanté al baño. Me dolía mucho el estómago. Fui a la cocina a tomarme un poco de agua con bicarbonato. Nunca lo hubiera hecho. A los cinco minutos, tuve que ir al baño, porque empecé a devolver mucha, mucha sangre de la boca. Me desvanecí y a los pocos minutos, porque –allí sí creo que hubo un Ángel que hizo un milagro en mi vida,—me di cuenta que tenía la cabeza en el piso y que este estaba muy helado.
Como pude, me incorporé. Me fui a la recámara, a seis metros, por mi celular. Le hablé al oficial de la entrada de mi conjunto habitacional y le pedí apoyo: un médico que viviera cerca de mi casa. No sabía yo ni qué hacer en ese momento. Era un día de diciembre, y hacía un frío de padre y señor mío.
Lo que quiero dejar aquí asentado, es que en ese momento le habló el oficial Roberto, a la Cruz Roja. Prometo que, en menos de diez minutos, vinieron por mí, y me llevaron en otros cinco al hospital.
Me rescataron de nuevo del piso, con una camilla, dos seres humanos de excelencia. Nunca los volví a ver, pero si no hubiera sido por sus buenos tratos, buenos oficios, y buenas maneras, junto con su don de discernimiento, --porque ipso facto decidieron a qué lugar llevarme, y no irse hasta que yo hubiera sido recibida dentro del hospital--, yo no les podría estar contando esto. Y un día, hace seis meses, me pasó otro milagro…
Mario Vázquez de la Torre, presidente de la Cruz Roja de Toluca me invitó a ser consejera de la misma, no supo que me estaba regalando el mejor tesoro de mi vida. Allí, no solo conocí a mis grandes compañeros, sino supe la inmensa tarea que hace la institución más grande y más importante de todo el mundo. Esa que alguna vez me salvó la vida.
Al usar los servicios médicos que ofrece la Cruz Roja en Toluca, es posible atender de manera gratuita, los llamados de emergencia por accidentes, rescates y enfermedades súbitas que ponen en peligro la vida de nuestros habitantes y de quienes viven fuera del municipio también.
Allí mero, salvaron muchas veces a mi madre. Así que yo soy testigo de todos quienes allí trabajan. Con o sin virus, ellos arriesgan sus vidas. A mi madre la cuidaban, la abrazaban y le daban mil muestras, no solo de respeto, sino también de cariño, cuando la subían en cualquier ambulancia.
Las ambulancias, muchas veces comandadas por personas que de verdad saben su oficio, paramédicos enseñados específicamente a que saquen a las personas adelante en emergencias verdaderamente en minutos, porque si no se les mueren, llevan y traen a centenares de personas graves.
Es para mí un honor decir que estoy dentro de la Cruz Roja. Cada quien allí tenemos un trabajo especial. Pero cada quien apoya, según su tiempo, paciencia y disciplina, a las personas más necesitadas de este lugar que se llama México.
En servicios de ambulancias, se ha apoyado a 4100 personas de forma gratuita, que han sido rescatadas, que sufrieron algún accidente, o que presentaron alguna enfermedad súbita, que puso en peligro su vida. En lo que va de enero y febrero, son casi 700. Estas personas han podido ser atendidas, salvando su vida, gracias a los servicios médicos, de laboratorio de especialidad y cursos de capacitación, que ofrece la cruz roja, mediante cuotas de recuperación. Ahora tenemos, y presumo: una nuevísima ambulancia que cuenta con el equipo suficiente y necesario para ser una unidad de terapia intermedia. Como esa que yo hubiera querido que nos regalaran.
Y si usted de verdad quiere ir más lejos, en todos lados del mundo, tenemos un símbolo de una cruz grande y roja, puesta en locales, paredes, ambulancias, camiones, chalecos, chamarras… en todo el mundo. Sabemos que donde esté, la benemérita Cruz Roja, seguirá apoyando al mundo entero. Lo sé.