La administración gubernamental, a través del tiempo, ha demostrado que como empresario es pésimo. Para desgracia de los mexicanos, quienes han llegado al cargo más importante del país, no dejan de obstinarse en el deseo de controlar a las empresas del Gobierno, entre las que destacan las paraestatales, ahora llamadas productivas.
Petróleos Mexicanos (PEMEX) y la Comisión Federal de Electricidad (CFE) desde el 2014 fueron transformadas de Empresas Paraestatales a Empresas Productivas del Estado (EPEs), de propiedad exclusiva del Gobierno federal, con personalidad jurídica y patrimonio propios, que gozan de autonomía técnica, operativa y de gestión; según lo determinó el dictamen que dio luz a la entrada en vigor de la Reforma Energética.
En su momento, las dos empresas representaron importantes ganancias para México. La riqueza generada daba la impresión de que nunca iba a terminar; por lo que se engrosó el gasto. Todo era generosidad para una economía en vías de desarrollo y con la promesa de mejores tiempos.
Pero lo que no se administra bien, termina por convertirse en un monumental problema. Ambas empresas, al día de hoy, se encuentran en crisis, han dejado de ser productivas y se han convertido en un lastre para la sociedad, que es la que termina siendo perjudicada por las malas decisiones de su conducción.
PEMEX reportó pérdidas por más de 224,000 millones de pesos en 2021; en el 2020 perdió casi medio billón; en el 2019 las pérdidas se reportaron por arriba de los 346 mil millones de pesos. La CFE no está mejor, perdió 95,371 millones de pesos en el 2021; en 2020 perdió 78,920 millones de pesos y en 2019 las perdidas reportadas fueron de 58,422 millones de pesos, ningún año del gobierno lopezobradorista ha sido bueno para ambas.
El conocimiento del desastre que representan las productivas debería ser, al día de hoy, un escándalo de dimensiones descomunales. ¿Por qué no lo son? ¿por qué no hay marchas de protesta? ¿por qué poco se escucha de esta calamidad administrativa de ambas empresas? Tal vez porque quienes antes se encontraban en la oposición hacían su trabajo, no así ahora que son gobierno.
Las crisis se presentan cada vez con mayor intensidad, los remedios no dejan de ser dolorosos, las tomas de decisiones para salir de ellas no han sido fáciles, de ninguna manera; provocan, inevitablemente; un debilitamiento en la popularidad de quien se atreve a enderezar el rumbo, por lo que son contados los que asumen el costo.
Por increíble que parezca, no existen fuerzas extrañas que provoquen indirecta o directamente el resquebrajo a la economía del país por sí solas. Es el propio ejecutivo que parece alentarlo. El 1º. de septiembre de 1982 en su sexto y último informe de gobierno, el presidente José López Portillo dijo: He expedido en consecuencia dos decretos: uno que nacionaliza los bancos privados del país y otro que establece el control generalizado de cambios… Es ahora o nunca, ya nos saquearon. México no se ha acabado. No nos volverán a saquear.
La declaración de López Portillo ante la nacionalización de la banca se parece en mucho a lo expresado por López Obrador, a colación de lo que le representa PEMEX y la CFE. En esa época, como en la actual, fue la determinación del gobierno que no supo diferenciar el entorno internacional, lo que provocó una fuga impresionante de capitales.
El presidente Andrés López Obrador, al igual que el expresidente José López Portillo, demuestra su ignorancia sobre el tema, lo peor es que aquel no se dejó ayudar, como no se deja ayudar el actual, esas ideas que en apariencia intentan rescatar un nacionalismo mal entendido, terminan por hundir el mecanismo que podría ayudar, pero tendría que prevalecer por encima de aquellas.
PEMEX ha dado lo que tenía que dar, ahora es una raquítica empresa, sin inversión, sin mayor atracción por decisión del gobierno federal, es, un elefante que nos cuesta a todos los ciudadanos grandes cantidades de dinero, y que ha dejado de invertirse en otras áreas que lo necesitan con urgencia.
La empresa no cuenta con la tecnología adecuada, ni con la inversión, y se ha convertido en un obstáculo para el crecimiento, es el monstruo más mantenido y menos redituable que poseen los mexicanos. ¿para qué se quiere una empresa así? ¿qué beneficios puede traer? En su momento, el ex presidente Peña Nieto contundente señaló; se acabó la gallina de los huevos de oro.
Cuando el otro presidente López, José López Portillo, nacionalizó la banca, sacudió las manos de propios y extraños en aplausos desmedidos, alabando tal decisión, era una especie de héroe y para la egolatría del entonces mandatario eso le venia muy bien para su popularidad.
No pasó mucho tiempo para hacer evidente que en cuestiones bancarias la administración gubernamental se encontraba en el inframundo del entendimiento empresarial, los bancos “nacionalizados” se volvieron una carga, y se llenaron de burócratas que lo que menos les interesaba era la producción que podría derivar de un manejo adecuado de una institución de crédito. Con eso se demuestra que todo lo que toca el gobierno como empresario lo vuelve burocrático, lento e ineficiente. Finalmente, en el gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari volvieron las cosas a la normalidad. Pero quedó en evidencia la impericia de la administración pública en esos menesteres.
El gobierno de López Obrador, no es distinto a los que llevaron a las grandes crisis al país; hoy como antes, se ocultan cifras, daños y surgen incontenibles boquetes económicos, los cuales se darán a conocer hasta mucho después de abandonar la silla del águila, y en la mayoría de las veces, sin consecuencias.
No podemos hablar de un país vanguardista si se siguen permitiendo ideas acedas, tontas y retrogradas que evitan la competencia, ésta, la competencia, es lo que realmente favorece al ciudadano de a pie, pero a los gobernantes no les favorece mucho, ese es el problema. México ha demostrado que cuenta con una sociedad inquieta, pero mal manejada y mal orientada.
¿Hasta cuándo?