Hablar de Raúl Anguiano es hablar del más importante pintor que existe en este momento en nuestro país, del último de los grandes muralistas que nacieron a principios del siglo pasado.
Un ser humano que desde que posee memoria ha tenido un solo deseo en la vida: pintar. ¿Qué?, lo que le pongan enfrente. Recuerda que desde que tiene uso de razón lo hace, y así, sin más, la vida decidió darle todas las oportunidades: suerte, talento, trabajo, amor.
Raúl Anguiano vive de y por su pintura. Hombre elegante y sencillo, a sus largos, larguísimos 87 años, sólo tiene una consigna más en la vida: donar cada uno de sus cuadros a lo que él imagina sea un importante museotaller en su país: el suyo. Lo único que pide a cambio es que se llame como él.
Artista plástico que se ha vuelto inmensamente cotizado. Sus cuadros están actualmente expuestos en las más grandes y prestigiosas galerías del mundo. Tanto un país social demócrata puede tener su obra como un capitalista. Desde Europa hasta América Latina y, por supuesto, Estados Unidos, Raúl Anguiano tiene quien le compre y quien le pague lo que él diga.
Pero en este país el artista no ha tenido el reconocimiento que merece. A pesar de haber sido amigo de presidentes mexicanos; pese a ser también como pintor, un buen político que sabe y critica —porque lo conoce— al gobierno e inventa soluciones, Raúl Anguiano todavía no tiene un museo, como el de sus amigos Luis Nishizawa y José Luis Cuevas, que lo identifique como gran pintor mexicano. Que sin lugar a dudas y en el transcurso de 70 años lo ha demostrado. Apenas tiene su nombre una casa de cultura en Coyoacán, en la Ciudad de México. Si a alguien admiró entrañablemente fue a los tres enormes muralistas que le antecedieron: Orozco, Rivera y Siqueiros. E hizo lo indecible para alcanzarlos.
RAÚL ANGUIANO Y LAS MUJERES
Se apodera de los rostros de las mujeres y de los hombres más representativos de su país. Se da a la tarea de empezar por sus indígenas más cercanos: los huicholes y los lacandones. Su pintura maestra “La espina” es un ejemplo claro de ello.
En el camino pudo realizar muchas travesías para seguir pintando a la mujer mexicana. Un día se fue a París, donde vivió una época y realizó su famosa pintura la “Venus de Lespugue”.
Si algún deseo pidiera a la vida Raúl Anguiano —uno más de todos los que le ha dado el creador del universo, además de talento, amor, reconocimiento, por ser uno de los mejores pintores del mundo, y afecto de sus amigos—, sería contar con días de 48 horas, que, por supuesto, ocuparía enteras.
Este hombre, a sus escasos 87 años es un ejemplo para la juventud de este mundo. Este ser que empieza diario sus tareas temprano en la mañana, no las termina hasta las 12 de la noche, donde lo único que hace es pintar y pintar. Después puede escuchar música o leer. “Diario aprendo algo”, dice.
El maestro se considera feminista, por el gran apoyo que indiscutiblemente siempre tuvo de las mujeres que estuvieron junto a él, y que en la actualidad sigue teniendo de su esposa Brigita.
Raúl Anguiano camina por la calle con gran garbo y elegancia. Hombre alto, con el pelo totalmente blanco. Lo único que pide a la vida es trascendencia: que la gente conozca su obra. Por eso, es importante que a este hombre se le haga justicia en esta vida.
Me he dado a la tarea —tomando como ejemplo las tradiciones e identidad de los mexicanos, y en un afán de divulgar el arte y la cultura—, de hacer una muy sintética historia de vida de este gran artista mexicano.
En virtud de todas las mujeres que ha pintado y de las poquísimas a las que ha amado, se ofrece este texto: Raúl Anguiano y las mujeres.