Maquiavelo escribe un consejo para el Príncipe: “No debe tener miedo de las conjuras siempre que el pueblo sea su amigo; pero si no lo quiere, si siente odio por él, entonces debe temer a todos y en todo momento”. Estas palabras bien podrían aplicarse al presidente nacional del PRI, Alito Moreno, quizá también a la mayoría de sus diputados federales. No podemos perder de vista que las acusaciones, contra Alito, que llegaban desde Campeche, de pronto cesaron cuando comprometió el voto de su bancada en San Lázaro a favor de la militarización. A partir de esa votación, como por arte de magia, las investigaciones terminaron y se eliminó el peligro de ser desaforado y procesado penalmente, si lo hubieran encontrado culpable. ¿Tenía razón la parte acusadora? ¿Qué esconden Alito y sus diputados en el clóset?
“Traición” es una de las palabras más utilizadas en el ámbito político. Señala, por ejemplo, a los rivales políticos que varían una posición respeto a un acuerdo preexistente. Su significado ha evolucionado junto con la humanidad desde tiempos inmemoriales. Denis Jeambar e Yves Roucaute, en su libro “Elogio de la traición”, refieren varios casos relacionados con la tradición judeo-cristiana. Se preguntan ¿debemos condenar a Judas? o ¿debemos juzgar a Pedro? Según los textos bíblicos, Judas Iscariote entrega a Jesús a los sacerdotes por treinta monedas y Pedro niega a su maestro tres veces la misma noche de su captura. Pareciera que la traición está inscrita en el paso de la vida primitiva a la vida social, ¿qué hubiera sido de la pasión de Cristo sin la traición de Judas? El pensamiento cristiano absuelve a Pedro y condena a Judas, ¿Pedro también traicionó a Jesús al negarlo? La traición, dicen los autores, atraviesa toda la historia humana, acelera las trasformaciones, altera el orden establecido y genera evoluciones.
Traidor es aquel que permite entrever que las creencias más difundidas carecen de fundamento natural, no existe la legitimidad incuestionable. Agregan los autores “en política, innovar es siempre traicionar, el traidor es un personaje eterno, acelerador indispensable de la historia, que aparece antes de una fractura”. Entonces, ¿debemos aceptar que la evolución en política se organiza por medio de la traición? Las traiciones no siempre fueron en retroceso. Jeambar y Roucaute citan el ejemplo de España. Describen el proceso a partir de que en 1976 el Rey Juan Carlos tiene un primer viraje de traición al franquismo al nombrar como presidente del gobierno a Adolfo Suárez quien sigue la orientación democrática del rey y pone en marcha el mecanismo de traición. Este proceso culmina al llegar el Gran Traidor: Felipe González, quien fue electo presidente del gobierno en 1982 y como secretario general del partido socialista, impuso a su partido, desde 1979, el abandono de los principios marxistas y la aceptación de la monarquía.
En nuestro país necesitamos que muchas personas se unan en pro de una misma causa, salvar a México, para completar la transición inconclusa y que tengamos un país plenamente democrático. La traición no sólo es indispensable para romper el cerco de los autócratas, sino que puede ser oxígeno en la democracia. Que nadie se considere traidor por defender el bien común y las causas superiores de México. Y no me refiero a acciones como las de Alito, quien para enterrar sus fechorías y conseguir impunidad (que tanto daño le hace al sistema de justicia) no sólo aceptó votar a favor la extensión de la militarización, mucho me temo que el acuerdo va más allá y puede alcanzar al INE, de tal suerte que el PRI se vea beneficiado con algún consejero electoral en el INE y no nos extrañe con una gubernatura, al tiempo que “ayuda a construir la gobernabilidad que el país requiere en el gobierno de López Obrador”, según palabras del Secretario de Gobernación.
Necesitamos nuevos remedios, adaptarnos a los cambios de terreno y la voluntad de las/os ciudadanas/os que están detrás del bien común. Necesitamos impulsar la capacidad de aprender, de entender e impulsar la ética democrática. Si un/a político/a desea convertirse en estadista debe saber interpretar en qué momento, para alcanzar el bien superior de la nación, debe cambiar de opinión. Necesitamos revivir el compromiso de la sociedad de autosuperación, de aspiración a mejores condiciones de vida. Detener la expansión populista que se extiende desde el “no querer” hasta el “no poder”. Es tiempo de definiciones, de saber tomar posiciones a favor de nuestras libertades, es tiempo de apostar por la Ilustración. No olvidemos que la dirección contraria, el obscurantismo que invade nuestro país, podría consolidarse en perjuicio de toda una nación y en beneficio de unos cuantos autócratas.
Me parece que no debemos esperar al redentor que venga del cielo, porque en cada uno de nosotros está el salvador. Cada vez que hemos apostado por un mesías, hemos fallado. Debemos asumir nuestra ciudadanía en plenitud y hacernos corresponsables de los asuntos públicos, que son los asuntos de todos. Tenemos que abrirnos a la verdad y ver claramente la evidencia de que no tenemos resultados en beneficio de la gran mayoría. No debemos traicionar a nuestra propia experiencia, la que vivimos en las calles con la inseguridad, en el mercado con los precios altos, en los hospitales sin medicinas y sin instrumentos ni material médico y las muertes que ha causado, en la devastación de selvas y los gastos discrecionales que profundizan la corrupción. Amigas y amigos ustedes tienen la palabra ¿a quién traicionamos para avanzar a la siguiente etapa que nos lleve a un futuro venturoso? Confío en que su respuesta no sea: a nosotras/os mismas/os.
*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.