En “las barras” de los equipos de fútbol se esconde la semilla de la desgracia. Hinchas enfebrecidos, drogados, alcoholizados y viviendo la locura del triunfo o del fracaso de sus equipos, hacen y deshacen enmedio de éstas. La semilla en cuestión se convierte en violencia cuando pasa de la palabra –los insultos- a los hechos; lo mismo en la casa que en la escuela, en los grupos de amigos o en la calle.
¿Por qué no se hace nada? Como siempre, los intereses de los clubes deportivos que ganan mucho dinero producto del boletaje, el merchandising, la publicidad en las camisetas de sus jugadores, la venta de éstos a otros equipos, así como los derechos de transmisión por televisión definen mucho de las decisiones. Ciertamente se contratan seguros de diferentes tipos, pero lo ocurrido recientemente en “La Bombonera” nos habla de que los intereses están por encima de los aficionados.
Sólo cosa de recordar lo ocurrido el 5 de marzo de este año en el estadio Corregidora y los aficionados del Atlas que fueron vapuleados y golpeados por las porras o barras -como hoy se les llama- de los Gallos Blancos del Querétaro. Asimismo, vale la pena mencionar como casi matan a un muchacho los aficionados del Monterrey en un pleito entre porras de los Tigres y los Rayados, afuera del estadio, el 23 de septiembre de 2018.
La pasión de sentirse ganadores a través de sus equipos los lleva a vivir estadios de locura colectiva altamente peligrosa. Se trata de la pasión, y las pasiones no se controlan, pero las conductas antisociales se previenen, se regulan, se evitan y, si es necesario, se castigan.
Lo ocurrido con Jorge Luis González Reyes, en Toluca, que sigue hospitalizado, víctima de múltiples y delicadas lesiones, producto de un aficionado drogado que creyéndose el hombre araña escaló la malla metálica que separa y evita que las porras se agredan, cayó encima de Jorge; sólo un caso de la pasión futbolera, de la irresponsabilidad de la vigilancia policiaca, de la indiferencia de las autoridades y del negocio jugoso de los dueños de los clubes.
La violencia como la irresponsabilidad se construye desde el hogar. Para la paz se educa desde la niñez temprana.