En primer lugar, quiero felicitar a todas/os las/os valientes ciudadanas/os que decidieron salir a marchar en 100 ciudades. Particularmente a quienes se manifestaron en Toluca, fría ciudad en la que sus habitantes no suelen ser expresivas/os. Ahora sí me sorprendieron gratamente porque, como antaño, salieron varios miles para hacer suyas las calles y las plazas.
El miedo es parte de nuestra vida, es un sentimiento primario que condiciona nuestra reacción ante lo desconocido. Por muy racionales que seamos, crecemos con él. Y por poco creíble que sea, el miedo es sano, nos alerta para salvar nuestra vida cuando se ve amenazada. Por ejemplo, en la prehistoria si un león estaba al acecho, nuestro cuerpo dirigía sus funciones para acelerar el corazón, dirigir la sangre a las piernas y correr o en su defecto quedarse paralizado. El ser humano suele temer a cosas diversas como la soledad, la muerte, al sentido que llevan nuestras vidas, a la responsabilidad que tendremos en el futuro. Aunque nuestros temores suelen ser, en el 80% de los casos, sobre situaciones que nunca sucederán.
Hacer un diagnóstico de qué pasa en nuestro país sería muy largo y tedioso, y difícilmente dejaría satisfechas/os a todas/os: la inseguridad, la falta de un sistema de salud adecuado, la pobreza, el descuido de la educación, la desigualdad, el deterioro ambiental, etc., son cosas que están presentes en nuestras vidas y seguro algunas nos dan miedo.
Una de las frases más famosas del Manifiesto del partido comunista dice “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”. En 2023 podríamos actualizarla y decir “un fantasma recorre el mundo: el fantasma del populismo”. Y, la verdad, da miedo cómo en diversas latitudes del mundo se empoderan los autoritarios amenazando libertades y derechos humanos para perpetuarse en el poder. Putin es el arquetipo, pero de cerca le siguen personajes como Xi Jinping en China con quien regresó del culto a la personalidad en ese país asiático. Modi y la política del hombre fuerte, Orbán y el auge de la Europa iliberal. Bolsonaro y López Obrador, el regreso del caudillismo latinoamericano, que llega a los excesos lamentables de Nicaragua, Venezuela o Cuba.
Los autoritarios seducen a los votantes más vulnerables con discursos a través de los cuales “venden” soluciones mágicas a los problemas más graves. Álvaro Vargas Llosa, en su libro El estallido del populismo, utiliza este término como sinónimo de demagogia. Para contener este fenómeno no existe una receta única, pero hay indicios claves que marcan la pauta del camino de éxito. En primer lugar, construir una identidad social, como identificarse con un grupo de personas que tienen aspiraciones de vivir mejor, en paz, con seguridad, con un empleo, con un medio ambiente sano, una identidad social, donde cada individuo se sienta valorado y emocionalmente identificado por el grupo social al que pertenece. Esta identidad social genera una motivación e impulsa a cada individuo a hacer más al interior de su grupo, con lo que eleva su autoestima y genera una actitud positiva hacia el grupo y hacia otros grupos sociales.
Otro aspecto clave es el liderazgo, esa capacidad de influir en otras personas y motivarlas a conseguir fines y objetivos comunes. El líder es capaz de construir una visión que compartan los individuos que conforman el grupo y convencerlos para luchar por la causa y establecer fuertes vínculos.
Son estos aspectos los ingredientes que construyen a las/os ciudadanas/os que marcharon el domingo pasado. Grupos que rompieron el miedo y dieron la cara al salir a la calle. Muchos más que se mantuvieron informados y que compartieron en sus redes sociales fotos y videos, dando seguimiento a lo sucedido. Sin miedo al fracaso, se manifestaron de manera masiva, en el espacio público, el virtual y el físico, eso es ser valiente.
Cuando esto sucede el autócrata tiene miedo porque descubre que está frente a una sociedad que piensa diferente, una sociedad que no tiene miedo de manifestarse cuando ve amenazada su forma de vivir. Existe, sin embargo desde el poder, la amenaza latente que sigue generando miedo. Por un lado, el respaldo del ejecutivo al ejército y lo vimos el 5 de febrero, en un presídium en el que flanquearon al presidente y desplazaron a los poderes civiles a la orilla de la mesa. Por otro lado, lamentablemente, la amenaza del crimen organizado que sólo prospera, vía corrupción, con la complicidad del gobierno.
¿Qué siguen? Preguntaron cientos de miles al terminar las manifestaciones en todo el país. Lo siguiente es que ese valor demostrado en la plaza pública prevalezca, que dé aún más frutos, que no se rinda. Sólo los ciudadanos pueden detener, con su voto libre, esta ola autoritaria. La voluntad antes del deseo, es decir, ya dimos muestras de manifestarnos, resta desear un país en plena democracia y mantenernos en acción. No confiarnos porque el autócrata prepara todos los días su mejor arma: la manipulación discursiva desde la mañanera.
Somos responsables de que siga la motivación social, hasta llegar al proceso electoral y se traduzca en votos activos, valientes y reales, para que ayude a muchos más a convencerse y pierdan el miedo. Para que sume miles de vigilantes en las casillas, porque “…volveremos y seremos millones de votos por la libertad y la democracia…” Que ese valor nos dé la seguridad de que podemos responder a la exigencia presente de respaldar instituciones y demandar que se rechace el plan B. Si ya hemos sometido al miedo y rompimos el silencio para manifestar en paz nuestro respaldo al INE, tenemos que seguir con una actitud de triunfo, de ser héroes con un enorme valor para imaginar y luchar por su sueños de un mundo mejor.
*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.