Más del 85 por ciento de los feminicidios y violencia de género cometida en contra de las mujeres en nuestro país son perpetrados por sus parejas, exparejas o alguna persona cercana a su círculo social.
¿En qué momento se pasa del amor, de las promesas de cuidarse y procurarse a lastimarse hasta quitarse la vida?
El lugar más seguro, que debería ser su hogar, se vuelve el lugar más inseguro.
Patricia, de 38 años de edad, del Estado de México, es sobreviviente de violencia de género. Su libertad y felicidad estaban de lunes a viernes de 8 de la mañana a 4 de la tarde, su horario laboral, cuando no tenía que convivir con su esposo.
Eran ya 11 años de casados, no tenían hijos. De novios, recuerda que era detallista, lindo y hasta amoroso.
Solo se tornaba violento cuando tomaba bebidas alcohólicas y le salían mal los negocios, pero ese comportamiento nunca lo tenía con Paty, lo tenía con los demás. –Paty no tomó en cuenta las banderas rojas-
Apenas estaban cumpliendo un año de casados cuando las discusiones y enojos se tornaron más frecuentes. Iniciaron gritos y malas palabras. Al paso de los años eran malas palabras, gritos y golpes. Las causas; un mal día en su trabajo, un mal negocio, la comida no era de su agrado, tomaba bebidas alcohólicas, el tráfico, el calor y su retraso en la oficina.
Patricia sentía libertad cuando salía de compras, aunque solo fuera para la despensa o al ir a trabajar, pedía que sus actividades fueran eternas, para evitar llegar a su casa donde su pareja la esperaba.
Su familia intuía lo que ocurría, pero no se metían, por aquello de que después se reconciliarían bajo las sábanas, pues eran pleitos de parejas.
Un buen día, Patricia tuvo junta en el trabajo, se tardó 20 minutos más de lo previsto para llegar a su casa. Ahí quien era aún su esposo, sin preguntar, la recibió con una gran golpiza; los vecinos llamaron a la policía. Cuando llegaron, estaba inconsciente, costillas rotas, nariz y pómulos fracturados, boca reventada y tres dientes tirados.
Él fue detenido, pero como las lesiones no ponían en riesgo la vida de Patricia, rápidamente salió de la cárcel.
Patricia cambió de domicilio, sigue en terapia, lamenta haber perdido 11 años de su vida casada con un hombre que casi le quita la vida, pero algo que me dijo y vale mucho la pena es: “Lupita estoy viva y estoy construyendo un nuevo futuro, con un presente fuerte”.
Él seguramente encontrará otra víctima, a la que le quite la paz, o la vida, porque así pasa con quienes ejercen violencia y salen de prisión.
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