Pese a los desaciertos en el formato del INE en el intento de darle movilidad al primer debate presidencial, este ejercicio derivó en una productiva práctica democrática.
Dejando a un lado los memes, que si bien aportan al debate público sobre el encuentro, también se corre el riesgo de no pasar de la broma al análisis; en primera instancia, podemos decir que sí hay conversación nacional porque los panelistas dieron de qué hablar.
Empezando por los moderadores, es claro que estuvieron en su papel: respetuosos y tratando de ser imparciales.
Las dos candidatas con mayor puntaje en las encuestas estuvieron todo el tiempo enfrentadas, pero a provocación de Xóchitl, ya que Claudia, sabiéndose puntero cómodo, se mantuvo obediente a su guion, exaltando sus logros como jefa de gobierno de la Ciudad de México y defendiendo a la 4T.
No obstante, era notoria su molestia ante los embates de Xóchitl, y aunque no divagó en responder varios de los cuestionamientos, su semblante demostraba su amplia incomodidad.
Xóchitl, pese a lo que algunos comentan, sí iba preparada, específicamente con dardos temáticos sobre Claudia, como los presuntos actos de corrupción de la familia del Presidente, la Línea 12 del Metro y el caso Rébsamen.
En cuanto a Máynez, si bien hizo su lucha por lucir algo más que su extraña sonrisa, ambas candidatas lo ignoraron. Incluso cuando las piropeó; en respuesta: ni un gracias.
En pocas palabras, él solo fue comparsa; el verdadero debate fue entre la candidata oficial y la opositora.
Los temas variaron desde salud pública hasta transparencia y combate a la corrupción; pero solo fueron contexto para los ataques mutuos en afán de acorralarse.
La verdadera disputa fue sobre quién ofrece los mejores o más novedosos programas sociales; al final puras promesas sin sustento como cada seis años.