El mes pasado fue fatídico para el Estado de México y la CDMX en materia de incendios forestales. Una especie de nata grisácea cubrió el cielo de esas entidades los últimos días de marzo de 2024. Aunque esa bruma y olor a quemado se percibían prácticamente desde cualquier lugar, no impidieron a la población gozar de las vacaciones de Semana Santa. La capacidad de adaptación de la población mexiquense y chilanga una vez más fue puesta a prueba ante la adversidad del clima.
Las altas temperaturas, el ambiente seco y los incendios forestales elevaron los índices de polución y, en un par de ocasiones durante el mismo mes, las autoridades ambientales tuvieron que declarar la contingencia ambiental en el Valle de México. ¿Por cuánto tiempo más la población seguirá resistiendo, un año sí, y otro también, los efectos del calentamiento global y el cambio climático?
Para argumentar sobre los cambios abruptos –siempre al alza– y cada vez más frecuentes en materia ambiental, es menester decir que durante los primeros 100 días de 2024, únicamente en el EDOMÉX, se registraron 634 incendios forestales, lo que representa un 50% más de incendios que en el 2023, que tuvo 431 eventos en el mismo periodo. Pero lo más alarmante es la superficie afectada durante estos primeros 100 días de este año, cuya cifra alcanzó daños en una superficie de 18,085 hectáreas, casi tres veces más que el año pasado, con 6,996 hectáreas quemadas, en esa misma entidad.
El Estado de México es el primer lugar nacional en cantidad de incendios forestales en lo que va del presente año; junto a la CDMX (con 340 eventos) concentran la mitad de los 1,699 eventos registrados en todo el país. Es un dato sin precedentes e insólito. Cualquiera pensaría que los estados del norte llevarían la delantera, pero no es así. ¿A qué se debe? Básicamente a dos factores principales: el primero, las condiciones de sequía que ya son muy evidentes en la zona central del país –la escasez de agua es el principal detonador– y la sequedad de los mantos acuíferos y el subsuelo, como su principal consecuencia. El segundo, el comportamiento irracional y desmedido del ser humano, que se constituye como el principal precursor de incendios forestales y generador de Gases de Efecto Invernadero (GEI).
La actividad social, económica y cultural de los pobladores y visitantes de la zona central del país, en combinación con las características ambientales y demográficas del territorio, han propiciado una concatenación de condiciones que, en pocos años, ha generado un deterioro exacerbado del ecosistema. Los ejemplos sobran, pero el que nos ocupa en esta ocasión son los relacionados con la devastación de nuestros bosques, a causa de nuestras incomprensibles prácticas sociales, costumbres y sinrazones.
En su reporte más reciente, la Comisión Nacional Forestal (CONAFOR) indica que el 90% de los incendios forestales son provocados por los humanos. Para hacer un desglose de dicha barbaridad, apremia decir que 3 de cada 10 eventos son provocados con toda intención, es decir, con dolo y premeditación. Las actividades agropecuarias irresponsables y negligentes ocupan el 40% de la estadística, tales como quemas no supervisadas, procedimientos de renuevo anómalos y fuera de la normatividad establecida, es decir, ilegales. El otro 20% corresponde a causas desconocidas, generalmente asociadas con actividades ilícitas y el cambio forzado del uso de suelo. Con cargo a otros factores atmosféricos, físicos y de carácter accidental ocurre un 5 por ciento.
Una vez más, como ya es costumbre, el factor humano que rompe las reglas, violenta el orden natural de las cosas y hace todo en favor de sus intereses muy particulares y más inmediatos es el gran protagonista de la debacle ambiental. Lo único que va a salvar a la humanidad de su propio comportamiento suicida será su irremediable retorno a su esencia animal y a su sentido gregario original, pero su raciocinio y desmedido deseo de satisfacción lo impedirán. Esto es también protección civil. ¡Que su semana sea de éxito!
Hugo Antonio Espinosa Ramírez
Funcionario, Académico y Asesor en Gestión de Riesgos de Desastre
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