Llama la atención el comportamiento de Claudia en su apego al presidente. Ha llegado al grado de declarar que jamás traicionará a López Obrador. Pienso que lo más justo sería decir que jamás pensará de manera diferente y obedecerá en todo a quien considera su máximo líder.
Lamentablemente, lo mismo sucede en el resto de los partidos políticos. El PRI ha realizado su asamblea nacional y, visto desde fuera, parece que la estructura partidista está dispuesta a acallar las voces internas que opinan diferente al líder nacional. En el caso del PAN siempre han existido manifestaciones que discrepan de los líderes en turno. Ahora se debate si la unidad que se pretende es síntoma de uniformidad del pensamiento o de falta de debate interno. En el caso de Morena no existe evidencia pública de alguien que se atreva a opinar diferente, especialmente por ser tiempos de transición de mando y de dejar listos los dictámenes para las reformas que presentó Andrés Manuel en febrero.
En este contexto, viene a mi mente la frase de José Saramago “…disentir es uno de los derechos que le faltan a la Declaración de los Derechos Humanos”. Pensar diferente es una cualidad inmanente a los seres humanos. Cada persona está marcada por su experiencia de vida y sus creencias que dan forma a su carácter. Por eso, la forma de percibir el mundo que nos rodea no coincide con la versión de los demás.
Lo verdaderamente contrario a la naturaleza humana es pretender que todos pensemos igual. En una democracia lo más natural es tener una opinión propia y diferente a los políticos en turno. Podemos compartir el proyecto general, pero diferir en los detalles. De hecho, es enriquecedor pensar distinto y externar nuestros puntos de vista, que pueden ser aportes valiosos.
Los más grandes cambios de la humanidad lo han hecho personas que diferían de las formas de pensar de los poderosos. Incluso las religiones destacan a personajes que piensan diferente: desde Adán y Eva según la Biblia, o el mismo Jesucristo frente a los sumos sacerdotes. La historia está llena de ejemplos: Martín Lutero, Gandhi o Luther King, Tesla o Edison, Galileo o Newton, todos se atrevieron a pensar diferente a quienes en su tiempo ostentaban el poder y por lo tanto controlaban el conocimiento.
Diego Fusaro plantea, en su libro Pensar diferente, filosofía del disenso, que el algoritmo del secreto de disentir podría identificarse con ese “decir-que-no” al poder, a la situación dada o al orden simbólico. De hecho, es un sentir diferente. No existe rebelión que no establezca una relación de polaridad entre amigos y enemigos, en una forma de desacuerdo o de un reclamo de quien es oposición.
El autor cita la fábula de Fedro: un lobo flaco y hambriento encuentra un perro bien nutrido pero atado, ante esta condición, el lobo prefiere seguir padeciendo hambre antes que perder su libertad y su independencia. El poder, en todas las épocas, trata de suprimir el disenso, reprimiéndolo o impidiendo que surja. Eso hace el actual gobierno con las reformas que pretende imponer. Peor todavía, ha pasado casi seis años controlando a los medios de comunicación, a través de diversos mecanismos que le permiten aparentar un consenso universal y una sincronización masiva de conciencias.
Fusaro cita a Spinoza, quien defiende la posición de que expresar nuestras ideas sin censura y sin temer a la persecución del poder, aun cuando vayan en contra del orden constituido, permite la coexistencia armónica entre individuo y comunidad, entre una mayoría y una minoría, fortalece el orden democrático y genera diálogo en temas trascendentes.
Añade el autor que el acto de disentir no significa necesariamente una oposición incondicional al poder. La democracia es una forma de gobierno que se basa en el disenso, en una comunidad fundada en relaciones horizontales entre individuos libres, iguales y solidarios. Por el contrario, una dictadura sangrienta y cruel puede apoyarse en el consenso, pero nunca tolerar las formas de disenso, “cuando el disenso se calla, para la democracia debería sonar la alarma”.
Atrevámonos a pensar y a expresar nuestra opinión. Aprendamos a disentir del poder y maduremos como personas. El disenso es una virtud de la democracia, como ciudadanas y ciudadanos debemos cultivarlo. Tenemos que ser portadores de una visión crítica. Aprendamos a elegir libremente y a no aceptar la verdad absoluta que nos quiera imponer un grupo en el poder que no sabe debatir, que no dialoga, ni respeta a quien no está de acuerdo con su líder.
*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.
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