¿Por qué ocurren los desastres? ¿Cómo se crean? ¿Quién es responsable? ¿El Gobierno, la propia comunidad afectada, los inversionistas, la naturaleza, el azar o la sociedad en su conjunto? La respuesta es compleja y difícilmente es responsabilidad de una sola fuerza o condición actuante. Por eso, un desastre es un proceso social. Se teje poco a poco.
El elemento humano es la premisa fundamental que da origen al concepto desastre. La naturaleza en su existir y sus leyes puede prescindir del ser humano, pero este no de la naturaleza. Para lo inconmensurable natural, el ser humano es solo un factor más para su expresión, un elemento que al interactuar con otros genera ciertas reacciones o condiciones que, sin duda, le afectan y la determinan. Sin embargo, la fuerza de la naturaleza puede acabar con todo de un instante a otro y mostrar su majestad con brutalidad, como ya lo hemos visto; por otro lado, la actividad humana –como también hemos sido testigos– impacta la vida natural de un modo más lento y subrepticio.
Decimos que un desastre se teje porque son múltiples las fibras que se entreveran y se tensan, sobreponiéndose una condición sobre otra para generar un efecto, un tendido de consecuencias casi siempre inesperadas que se urden progresiva y multifactorialmente. Por eso, tras la ocurrencia de un desastre, señalar un culpable o responsable único es insuficiente. Además, los desastres son producto de un fenómeno sistémico de construcción social del riesgo. Nadie es culpable, todos somos responsables.
Por lo anterior, las perspectivas fatalistas, fisicalistas y unidimensionales de los problemas que anteceden los desastres fueron ya superadas a nivel teórico desde hace ya un cuarto de siglo, sin embargo, en los hechos, en la toma de decisiones e implementación cotidiana de políticas públicas en materia de prevención de riesgos se sigue obedeciendo a inercias que empujan a actuar como si la caída de un puente, el deslizamiento de una ladera, o la estampida provocada por una concentración masiva de personas, obedecieran solamente a un deficiente proceso constructivo, la falta de supervisión de zonas de riesgo o a la mala planeación de un evento público, respectivamente.
Desde luego que hay un factor o agente destructivo principal, cuyo impacto es inobjetable y detona la emergencia sin lugar a duda, pero, a la hora de resarcir y restablecer los daños provocados, no solo construyendo con más cemento y varillas un puente no se volverá a caer; ni incrementando la supervisión de las laderas inestables y poniendo muros de contención se va a evitar un alud; ni restringiendo los aforos de los eventos masivos se extingue el riesgo de desastre por estampida. Eso no es suficiente para evitar su repetición. Las tendencias actuales buscan remediar el origen, modificar pautas de comportamiento, detener el consumo y la indiferencia hacia la bomba de tiempo llamada calentamiento global.
Existen múltiples y complejos factores que anteceden a las calamidades y se continúa omitiendo atender las causas. Enfrentar las problemáticas sociales, económicas y políticas subyacentes a los riesgos de desastre implica orientar el gasto público para mitigarlos de verdad. El combate a la corrupción, la pobreza y la discriminación, por ejemplo; romper estructuras clientelares de dominio y sometimiento del espacio público a intereses muy distantes del bien común y, la más difícil, cambiar el paradigma de los conceptos gobernabilidad y gobernanza, que no son lo mismo. No es lo mismo proveer seguridad que construir bienestar, son procesos diferentes y sus resultados también lo son.
Imaginar a un Presidente Municipal dedicando sus esfuerzos a erradicar la corrupción en el otorgamiento de licencias de construcción y de funcionamiento comercial; prohibiendo desarrollos inmobiliarios insostenibles, la proliferación de estaciones de gas y gasolineras; impidiendo la ampliación de parques industriales en detrimento de las zonas boscosas, de los acuíferos y de las zonas de amortiguamiento ecológico; combatiendo el comercio informal en las calles y aboliendo las innumerables zonas de tolerancia que la insuficiencia de oportunidades laborales implica; o combatiendo las mafias del transporte público que tienen sometida la movilidad en las ciudades. ¿Cuál sería el destino de ese Presidente Municipal? ¿Se sostendría en el cargo por mucho tiempo? ¿No, verdad? Pues lo mismo ocurre en los 2,495 municipios que integran nuestra nación. ¡Quién combate al monstruo que teje el próximo desastre! Esto es también Protección Civil. ¡Que su semana sea de éxito!
Hugo Antonio Espinosa
Funcionario, Académico y Asesor en Gestión de Riesgos de Desastre
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