Hay una expresión que puede identificar la jornada electoral del pasado 1 de junio:
consummatum est (todo se acabó). Si sólo emitió un voto válido 1 de cada 10 empadronados y la participación es la más baja desde que los votos cuentan y se cuentan, el ejercicio es un fracaso. Se cierra la primera etapa del proceso de elección del Poder Judicial y lo más triste y decepcionante es que el oficialismo anuncie que se cumplió con las expectativas y que fue todo un éxito. Dice Claudia que no vamos al autoritarismo. Sin embargo, les invito a que reflexionemos al respecto.
El autoritarismo es la tendencia a concentrar el poder y abusar de la autoridad por parte de un líder o de un grupo político. Es un ejercicio del poder opresivo y que limita las libertades políticas. Es opuesto a la democracia pluripartidista. No tiene elecciones libres ni libertad de prensa. Exige sumisión plena de la ciudadanía a las decisiones del Ejecutivo, anula también las libertades de acción y de opinión.
Desglosemos algunas de las condiciones que suelen darse para que un fenómeno complejo como éste se instaure, porque si bien no hay una fórmula para que suceda, sí hay patrones que lo facilitan, y usted juzgue dónde estamos:
Erosión de las instituciones democráticas. Los líderes autoritarios socavan la independencia de los poderes, particularmente el Judicial, que les permite manipular e ignorar las leyes de acuerdo con su interés y reprimir a los disidentes. También recurren al control de los medios de comunicación vía propaganda, compra de medios y periodistas para acallar a las voces disidentes. Hacen parecer que la corrupción es su enemiga cuando verdaderamente la fomentan para crear una dependencia de sus clientelas, para que todo dependa del gobierno en turno. Por supuesto, apuestan a la manipulación electoral, el fraude y la restricción del acceso al voto; intervienen en los procesos y chantajean con programas de gobierno y hasta con recursos de procedencia dudosa.
Polarización y descontento social. La división ideológica profunda se hace extrema, alimentada por la desinformación, muchas veces generada en las redes sociales; dificultan o rechazan el consenso y abre espacio para líderes que prometen soluciones rápidas y autoritarias. La inestabilidad, el desempleo y la creciente desigualdad económica y social generan frustración y resentimiento, que los populistas aprovechan para ofrecer respuestas simples a problemas complejos. Miedo e inseguridad generados incluso por el terrorismo; migración que puede llevar a la población a demandar medidas drásticas, incluso a costa de las libertades civiles.
Ascenso de líderes populistas y carismáticos. Hacen promesas simples y apelan a las emociones, no a la razón y el debate informado. Fomentan el culto a la personalidad. Utilizan la propaganda y el control de medios para reforzar la lealtad al líder y dificultar la crítica. Se presentan como outsiders que desprecian a las élites corruptas y las instituciones obsoletas, y ganan el apoyo de quienes llaman marginados y olvidados.
Represión a la oposición y la sociedad civil. Poco a poco restringen libertades civiles como las de reunión y asociación. Dificultan la organización de la oposición y la defensa de los derechos humanos. Vigilan y controlan a los diferentes, incluso utilizan software espía como Pegasus; censuran internet (en México ya presentaron una iniciativa sobre este asunto) y siembran un clima de miedo que se convierte en autocensura. La violencia y la represión crecen, sobre todo contra las protestas, llegan a la tortura y el asesinato; al principio fingen que no se dan y ocultan información, en un intento de silenciar a la disidencia y mantenerse en el poder.
Factores externos como los apoyos político, económico y militar de países extranjeros que dificultan el derrocamiento. Debilidad de las organizaciones internacionales, a las que les falta voluntad y capacidad para intervenir en defensa de la democracia y los derechos humanos.
Amables lectoras y lectores, si analizamos con detenimiento cada punto, seguramente encontraremos aspectos que ya tenemos corroborados, muchos elementos que parecen haber llegado para quedarse. El proceso que vivimos el domingo ha corroborado la prostitución de la democracia y, peor aún, el fin de la República porque se acabó la división de poderes; ahora el control sobre los tres poderes estará en manos de una sola persona, a eso me refiero al iniciar con la expresión consummatum est. El 10% del electorado, la mayoría manipulado para emitir un voto no libre, se impone al 90% que no participó. Además, las boletas eran tan complejas que los votos nulos superaron a quien dice haber sacado más votos para ser ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia.
Como siempre, soy optimista, y aunque sé que la destrucción no tiene fin para este gobierno, como dice Krauze: “no hay límite para el deterioro”, tengo la esperanza de que los ciudadanos libres, quienes no votamos, en un futuro muy cercano dejemos la apatía y nos decidamos a formar país, hagamos ciudadanía y recuperemos el camino democrático.
El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por el ITESM y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.
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