Existen diferencias biológicas, psicológicas y sociales entre hombres y mujeres, mismas que no pueden ser eliminadas por decreto, capricho u ocurrencia. A ello se debe que, desde la etapa primitiva, se establecieron de manera rudimentaria roles distintos, basados en buena medida en la constitución física de uno y otro género. Digo esto sin el afán de afirmar que así debe prevalecer milenariamente, ya que las sociedades evolucionan y han experimentado cambios a lo largo del tiempo.
Pretender establecer diferencias basadas solo en el aspecto biológico sería, hasta cierto punto, sencillo, debido a que podríamos decir que el sexo masculino (hombres) es aquel que está dotado de órganos sexuales diseñados para la inseminación, y el sexo femenino (mujeres), aquel dotado de órganos sexuales para la gestación.
Sin embargo, con la finalidad de no incurrir en criterios sesgados, es necesario —como ya lo mencioné líneas atrás— considerar aspectos históricos, sociales y culturales, sin que esto signifique visiones inamovibles.
Para ello, es fundamental tener claro que los roles de conducta, sociales, políticos, estéticos e incluso socioafectivos que se han ligado con la idea de ser hombre o ser mujer son diferentes y no emanan de la naturaleza, sino de la cultura.
Desde el punto de vista psicológico y social, es obligatorio incluir los rasgos psicológicos y socioculturales que se fijan a cada sexo y que son características variables de acuerdo con cada cultura y época.
Reconociendo que no soy un experto en materia biológica o sociocultural, coloco estas primeras ideas como antecedente a una situación que ronda en mi cabeza desde hace ya mucho tiempo y que está relacionada con los roles y la cada vez más fuerte inserción de las mujeres en el mundo del trabajo, y en consecuencia, en la obtención de beneficios y derechos que debieran ser iguales entre hombres y mujeres. Me refiero específicamente a las pensiones como parte integrante de la seguridad social.
La historia de los sistemas de pensiones a nivel mundial se distingue por su alcance, beneficios, equidad y sostenibilidad, entre otros aspectos fundamentales. En ello están presentes las ideas de Otto von Bismarck, considerado el padre de la seguridad social. Lo menciono porque, aunque no es común que se le otorgue el crédito correspondiente, además de ser el artífice de los seguros de enfermedad, accidentes de trabajo y vejez, también hablaba, de manera incipiente, de darle un énfasis importante a los derechos de las mujeres. Todo lo anterior se convirtió en lo que actualmente conocemos como seguridad social.
En el caso particular de este artículo, quiero centrar la mirada en los motivos que originaron que las mujeres accedieran a una pensión o jubilación con una edad menor a la de los hombres. Lo hago porque, desde la implantación del modelo neoliberal (década de los ochenta), en el mundo paulatinamente ha venido desapareciendo dicho criterio.
Por principio de cuentas, debo precisar que tanto en leyes generales nacionales de seguridad social como en algunos contratos colectivos de trabajo se contempló tal criterio diferenciado, que no era una ocurrencia, sino que surgió de un análisis minucioso de las condiciones de las mujeres en el mercado laboral. Dicho en otras palabras, lo que se conoce en el ámbito de la seguridad social como brecha de edad en la jubilación entre hombres y mujeres, además de ser un tema profundo, tiene su origen en aspectos históricos, sociales y económicos.
Para ser preciso, debo apuntar algunos elementos que justifican tal situación, siendo estos: que la mujer históricamente logra reunir un menor número de semanas de cotización al asumir el aspecto reproductivo, responsabilidades familiares, de cuidados y las bajas tasas de participación que persisten.
Asimismo, no podemos dejar de observar la tendencia existente de que las mujeres perciben salarios menores a los de los hombres, lo que se conoce como brecha salarial de género, que a la hora del retiro se manifiesta a través de pensiones más bajas, convirtiéndose en una brecha pensionaria.
Quiero enfatizar que, en el caso específico de nuestro país, la situación no es muy distinta a lo que ocurrió y ocurre alrededor del mundo. Es decir, en más de ocho décadas de existencia de la seguridad social, hemos pasado por diferentes etapas tanto en el sector público como en el privado, y en el contexto de la contratación colectiva (sindicatos y empresas). De tal forma que se han efectuado cambios y reformas paramétricas en cuanto a la edad de jubilación que han significado afectaciones para las mujeres y la sociedad. Atribuyo lo anterior al desconocimiento que se tiene sobre los fundamentos, orígenes y razones de la edad diferenciada de retiro, pero sobre todo porque la mayoría de los actores involucrados hemos ingerido el discurso neoliberal, que impulsa políticas basadas solo en el mercado y deja de lado aspectos de mayor peso y fondo, como el espíritu reproductivo del ser humano, en el que somos responsables todos.
Por hoy se nos agotó el espacio. La siguiente semana concluimos.
Saludos cordiales.
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