En días pasados nos sorprendió la noticia, dada a conocer por el periódico israelí The Marker, de que el expresidente Enrique Peña habría recibido 25 millones de dólares en una disputa legal relacionada con la venta del software espía Pegasus, entre los empresarios Uri Ansbacher y Avishal Neriah. Aunque ha sido desmentida, dio lugar a una andanada de publicaciones, incluso internacionales. Por cierto, a raíz de esta publicación, algunos medios han cuestionado nuevamente el supuesto pacto de impunidad que habrían sostenido Andrés López y Enrique Peña. El hecho es que esta “revelación” ilustra algo más profundo que la corrupción tradicional: México enfrenta una nueva forma de conflicto donde la información se weaponiza para conquistar mentes, no territorios.
Una “guerra cognitiva” se define como el conjunto de acciones planificadas y coordinadas, a menudo sincronizadas con otros instrumentos de poder, diseñadas para controlar, alterar o influir en los procesos cognitivos de individuos, grupos o poblaciones enteras. Es decir, la mente humana se convierte en territorio estratégico. Esto implica una modificación psicológica y emocional en la perspectiva del adversario, en lugar de la destrucción física. La meta es degradar la capacidad de producir conocimiento y cambiar la forma en la que el cerebro razona. Lo hemos visto en los últimos años en los gobiernos pasado y actual. Quizá allí esté parte de la explicación del voto de la clase media por Morena. Es probable que hayan sido víctimas de la guerra cognitiva.
Además, los rusos nos han regalado “el control reflexivo”: estrategia que consiste en inducir a un adversario a tomar decisiones que, aunque percibidas como propias, han sido condicionadas externamente mediante información especialmente diseñada. Las narrativas fabricadas para lograrlo son mensajes que, mediante incidentes reales o armados, generan marcos emocionales capaces de justificar acciones radicales.
La información emocionalmente manipulada, por su parte, busca activar emociones intensas en lugar de transmitir hechos. No miente, pero manipula el marco, omite contexto y exacerba emociones negativas para condicionar la interpretación de quien lee o escucha. Los memes, aparentemente inofensivos, son herramientas diseñadas para viralizar ideologías en un formato comprimido y emocional. Por su naturaleza viral, son altamente efectivos debido a su capacidad para transmitir mensajes complejos de manera rápida en entornos digitales.
Esta táctica busca desmovilizar a los votantes sembrando desilusión, desencanto y desconfianza, en lugar de convencerlos de elegir un candidato específico. Las campañas de injerencia electoral no son improvisadas; siguen patrones que combinan filtraciones, amplificación digital y explotación de climas emocionales. El éxito de la desinformación electoral depende tanto de la diseminación coordinada como de la incapacidad de la víctima para desmantelarla rápidamente.
En la guerra cognitiva, el elector se convierte tanto en el objetivo principal como, a menudo, en un actor involuntario de la propagación de la manipulación. La mente humana es el campo de batalla, y las operaciones están diseñadas para influir en cómo piensan, sienten y reaccionan las personas ante estímulos. La adicción digital y la sobrecarga de información que generan las tecnologías de información y comunicación hacen que las habilidades cognitivas individuales sean insuficientes para garantizar una toma de decisiones informada y oportuna.
Para contrarrestar esta guerra, cada uno debemos apelar a la capacidad de nuestros cerebros para enfrentar factores estresantes, lesiones y patologías. Resistir el desarrollo de síntomas o discapacidades. Para fortalecer la resiliencia mental es crucial:
Desarrollar el pensamiento crítico: fomentar la capacidad de analizar información de manera lógica, cuestionar las fuentes y reconocer sesgos.
Alfabetización mediática y digital: educar a las personas sobre cómo funcionan los algoritmos, cómo se propaga la desinformación y cómo verificar la autenticidad del contenido.
Regulación emocional y “vacunación” contra sesgos: equipar a los individuos con herramientas para manejar la manipulación emocional.
Higiene digital: adoptar protocolos de higiene digital que incluyan la verificación de cadenas de contenido, el uso de herramientas de verificación de hechos y la conciencia sobre el perfilado psicológico a través de la IA.
En esta era digital, mucho más que antes, la democracia mexicana no se defiende sólo en urnas, sino en la capacidad de las personas de discernir entre información legítima y manipulación calculada, de convertirse en ciudadanos empezando por este aspecto. El futuro político del país depende de que aprendamos a proteger nuestras mentes.
A manera de conclusión, digamos que la guerra cognitiva exige una defensa que no puede ser puramente reactiva. La capacidad de anticipar, comprender y contrarrestar estas operaciones es vital para proteger la autonomía individual y la integridad de los procesos democráticos en México. La tarea es enorme y está en nuestras manos.
El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por el ITESM y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.