Doña Carmen, originaria de Toluca, era una mujer muy trabajadora. Empleada del ISSEMyM, se dedicaba a los servicios generales de limpieza de lo que entonces fue la Policlínica, ubicada en el edificio que se encuentra a un costado de la Alameda.
A veces doblaba turnos para tener ingreso extra que le permitiera dar de comer a sus hijos. Era entonces cuando se quedaba por la noche a limpiar el área infantil del hospital. Había pocos médicos y enfermeras.
Platicaba con los niños hospitalizados, pero también lamentaba cuando alguno de ellos moría a causa de alguna enfermedad. Ponchito, un niño al que todos querían porque llevaba varias semanas hospitalizado, finalmente falleció. Todo el personal que lo conoció estaba triste.
Doña Carmen platicó con tristeza esa pérdida, pues decía que siempre fue un niño sonriente y tierno hasta el día en que murió. Fueron muchas las historias que contó de lo que ahí sucedía.
Sin embargo, una noche, mientras ella limpiaba el piso, escuchó rodar unas canicas en el largo pasillo del piso del área de hospitalización infantil. Al voltear, extrañada, vio a un niño de espaldas, en cuclillas, que jugaba canicas. En ese momento y llena de temor se percató que era Ponchito.
Asustada corrió a la zona donde se encontraba una enfermera de la noche, a la que le platicó lo sucedido. Para su sorpresa, su compañera de trabajo le dijo que no era la primera que lo veía. Ella también, además de los médicos y que Ponchito no sólo jugaba a las canicas, también a la pelota y con otro tipo de juegos.
No hubo nada qué hacer, Ponchito, se convirtió en su compañero de muchas noches. Doña Carmen dejó de tener miedo. Casi todos, los médicos y enfermeras también. Sólo aquellos que por primera vez lo veían, siempre recibían tremendo susto.
