Ocho explosiones sufrió Sri Lanka ayer en iglesias cristianas y hoteles de lujo de la capital de la pequeña isla del Índico, Colombo, y otras dos localidades.
Hubo al menos 290 muertos, decenas de ellos extranjeros, y dejaron más de 500 heridos. Es el peor episodio de violencia en el país asiático desde el final de su guerra civil, hace una década.
Las detonaciones se registraron a primera hora de la mañana y originaron un “baño de sangre” en tres iglesias cristianas, dos católicas y una evangélica, donde fieles celebraban el Domingo de Pascua, y en varios establecimientos hoteleros.
Una de las deflagraciones se registró en la iglesia de San Antonio de Colombo; otra en la iglesia de San Sebastián de Negombo, al norte de la capital, y una tercera en un templo de Batticaloa, en el este de la isla. También sufrieron fuertes explosiones tres hoteles de lujo de la capital Cinnamon Grand, el Kingsbury, el Shangri-La y un hostal.
El gobierno ha impuesto un nuevo toque de queda para la noche del lunes al martes, y mantiene el bloqueo de las redes sociales para evitar la difusión de rumores y de mensajes de odio.
Por su parte, las autoridades de ese país convocaron un gabinete de seguridad nacional y el presidente, Maithripala Sirisena, anuncio una investigación exhaustiva de los atentados; dijo que habían recibido un aviso al jefe de la policía sobre posibles atentados contra iglesias 10 días antes. Anunció 13 detenciones y apuntó a extremistas religiosos como autores de la matanza. Seis de los ataques fueron perpetrados por siete terroristas suicidas que se hicieron estallar entre la multitud.