En pleno combate contra el robo de hidrocarburos, conocido en los bajos (y altos) fondos como “huachicoleo”, para los acólitos del libre mercado la tragedia en el estado de Hidalgo, donde más de 70 personas quedaron “sembradas” (calcinadas) en un campo de cultivo de alfalfa, resume la aparente improvisación de un gobierno lleno de ocurrencias que, sólo por casualidad, no comulga en parte o totalmente con su doctrina y que, dicen, en poco más de 50 días ha resultado peor que su credo en cuanto a la devastación de la economía, la democracia, la sana convivencia y, ¡horror, claro!, el neoliberalismo.
Vistos con otras antiparras, lo que se ha reflejado durante estos casi dos mes del nuevo gobierno es una especie de esquizofrenia económico-política, con una pésima memoria (o presunta desmemoria) de los acontecimientos:
En efecto, es lamentable lo sucedido en la comunidad de Tlahuelilpan, Hidalgo y debe investigarse y dar con los responsables de una nueva toma clandestina en un ducto varias veces perforado.
Pero la actuación del Ejército ante la situación fue la adecuada pues, cosa de recordar, apenas el domingo pasado en el poblado de Santa Ana Ahuehuepan, justo en Tula, Hidalgo, los habitantes desarmaron, agredieron y retuvieron a militares que estaban ejecutando un operativo para detener a huachicoleros (las gráficas de los soldados mostrando hematomas en sus rostros fueron publicitadas como “un trofeo”, signo de la victoria del “bandido socialmente responsable” -tipo inversor financiero que utiliza las Afores para proyectos aeroportuarios- contra la maligna autoridad que los despoja de todo, cuando en realidad es retrato preocupante del desmantelamiento institucional promovido por el neoliberalismo y sus poderes fácticos, como el crimen organizado).
Hasta en las aulas de nivel medio o medio superior se da cuenta de gran cantidad de casos en los que la masa es más propensa a la estupidez que a la razón, así que si en el géiser de gasolina de Tlahuelilpan estaban reunidos unos 800 o mil pobladores, como estimaron las autoridades estatales, lo mejor que pudieron hacer las fuerzas castrenses fue no agitar el avispero (tan fácil que sería para los neoliberales confundir la aplicación del estado de Derecho con la represión para alimentar su narrativa de la “inminente venezolización” de nuestro país, según la propaganda de moda).
Además, en su desesperación ignoran o pretenden simular que no saben que no es la primera vez que poblaciones enteras dedicadas al huachicoleo se han enfrentado a las autoridades para proteger y mantener sus ilícitas actividades, como ha sucedido, por ejemplo, en Cuautlacingo, en Otumba, en el Estado de México, donde elementos policiacos y servidores públicos estatales han sido retenidos a cambio de “liberar” a huachicoleros, algo que poco se difundió pero que no pasó inadvertido.
Y como ese poblado hay muchos por todo el país, según lo revela el número de tomas clandestinas en franco aumento en los últimos seis años.
Pero la lucha contra el huachicol ha generado mucha histeria entre los adictos al libre mercado. En esos lavaderos mal llamados “redes sociales” han proyectado no la critica necesaria sino gritos de frustración, concediendo así la razón a las acciones emprendidas por el gobierno federal para que siga adelante con ellas, suma involuntaria al respaldo popular según sondeos, falsos o ciertos.
Algunos de menos acusan “negligencia oficial” y cuestionan el papel de los soldados, lo que es una estupidez, habida cuenta los antecedentes de las agresiones de los pobladores contra miembros de las fuerzas armadas y otras corporaciones policiacas, además de que, peor, aportan material al discurso favorito de los actores que detentan el poder, “especialistas” en cuanto a presuntos sabotajes y complots de sus adversarios.
Los que hoy se rasgan las vestiduras por "la militarización" del gobierno federal con la creación de la Guardia Nacional pero que llevaron al Ejército al combate contra el narcotráfico en los dos últimos sexenios, sembrando miles de cadáveres sin lograr la disminución del consumo de drogas ni el tráfico de ellas, son los mismos que abrieron de par en par los ductos de hidrocarburos al huachicol, facilitaron su escandalosa actuación y agresiva expansión, y son los mismos que hoy de manera enfebrecida señalan al “culpable” de la tragedia.