Durante los últimos 50 años nuestro país ha sido la cobaya propicia para llevar a cabo cualquier clase de experimento político y económico. El resultado es que tanto el populismo estatista como su par, el populismo capitalista o mal llamado “neoliberal”, han derivado en lecciones devastadoras de depredación y saqueo permanentes, con cargo a millones de sufrientes, mucho ya muertos y millones todavía vivos.
Unos se quedaron en espera de la llegada del “Estado de Bienestar” y otros nunca han logrado el prometido edén de la prosperidad, a pesar de haber cumplido por partida doble el requisito del “sufrimiento previo”, según el rito de la promesa política decidida y terminante en cada proceso electoral.
Los promotores del capitalismo estatal se convirtieron al final en sus peores enemigos, de la misma manera que los del supuesto nuevo libre mercado se encargaron de martillar el último clavo del catafalco.
Unos apostaron por “papá gobierno” como remedio de todos los males y otros hicieron profesión de fe de su dogma desapareciéndolo (sin dejar de echar mano para “salvatajes” bancarios y otros), sustituyéndolo por “las benignas fuerzas”, al parecer más provenientes de ultratumba que de algún rincón celestial, como prueban los resultados.
Con excepción de los estilos y personalidades, no hay ninguna diferencia entre los corruptos y los “sacadólares” del fin de los autoproclamados regímenes revolucionarios con José López Portillo (1982), y los timos (también con sacadólares, “diciembrazos” devaluatorios incluidos) del Fobaproa-IPAB de Carlos Salinas-Zedillo en la época dorada de los tecnócratas.
También, no hay ninguna diferencia entre las prácticas del “minotauro público” (político y empresario al mismo tiempo) encarnado por el profesor Carlos Hank Gonzalez y los “sillones giratorios” neoliberales de Felipe Calderón Hinojosa y de Ernesto Zedillo, menos la tosca corrupción de Enrique Peña Nieto y los sobornos petroleros de Odebretch con Emilio Lozoya Austin, vieja replica de la corrupción de Jorge Díaz Serrano en el permanentemente saqueado Pemex, así como gobernadores ladrones como la “nueva cara del PRI (en realidad, la de siempre, con los cacicazgos de rigor).
De modo que de la planificación de “Papá Ogro”, con sus sistemas alimentarios y programas nacionales de alimento y nutrición, se dio el “gran salto”: el diseño de “Cruzadas contra el hambre” y apertura de comedores populares a mansalva, un paliativo para contener la miseria. Obviamente, ambos se murieron de hambre, como se ha dicho.
No deja de ser curiosa la época de contrasentidos que sobrepasa, en muchos casos, lo que ciertos pensadores han denominado como “inteligencia defectuosa”, llamando así, en forma comedida, a la estupidez, esa que una día se declara “demócrata” pero hace hasta lo imposible por volverse antidemócrata; la misma que en cualquier foro hace de la libertad licencia (libertinaje) o de la igualdad “indistinción”, como observó la socióloga francesa Dominique Aron (hoy Schnnaper).
“Hay que ser amantes moderados” tanto de la democracia como de la libertad, diría cierto filósofo, pero en uno y otro casos han sido los extremos, espoleados por impulsos fundamentalistas, muy irracionales, los que han derivado en desastres. La mesura no ha sido el signo de esto tiempos.
La historia es harto conocida y a México se le ha convertido en un país de ogros, ambos lo suficientemente salvajes, probado, como para tratar de retornar a las supuestas viejas glorias o permanecer en las que nunca llegaron (ni llegarán, según el apotegma de la sabiduría popular de “Don Teofilito”).
Superada una etapa, la del tragicómico populismo estatal con sus perros llorones y otros previamente intentando nalguear al mundo con pretendidas cartas de derechos y deberes, falta ahora dejar atrás el también hilarante y depredador populismo neoliberal, con sus tecnócratas en calidad de encargados de los despachos de los poderes públicos.
Después de infames experiencias, un Manifiesto Anti-Ogros tendría que elaborarse para poner fin a medio siglo de “defectuosas inteligencias".