Demasiados gritos, mucha tinta, escaramuzas por aquí, insultos por acá, mañaneras más allá y… en fin. Nadie podrá quejarse de falta de temas en estos primeros 100 días de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, pero es evidente que hay un rompimiento entre los viejos-nuevos ritos del quehacer político, frente a los cuales quedan más dudas que certezas.
Porque, por un lado, no es un secreto que la corrupción es uno de los fenómenos que históricamente han dado al traste con cualquier intento por mejorar las condiciones políticas, económicas y sociales, aunque en esta especie de cruzada personal, con aire de superioridad moral, la duda estriba en qué tanto se podrá someter al rebaño propio sin pretender justificar sus excesos. Ya se verá si se hace de Juárez el referente de nueva cuenta para aplicar la ley a secas a los de enfrente y a los de casa sólo justicia y gracia, o maniobrar para beneficiar a adeptos como Paco Ignacio Taibo.
Es el principio y, si bien no se puede menospreciar ese intento, por ejemplo, de eliminar el robo de combustible, hará falta mucho por limpiar a un sector que tradicionalmente ha sido fuente de saqueo, no sólo de directivos, sino de dirigentes sindicales.
A los empeños de ese combate no ha seguido la captura de tanto corrupto, menos “peces gordos”, sólo denuncias y cartillas morales para un “pueblo sabio y bueno” que, de serlo, no las necesitaría.
Otros casos polémicos han brincado por esos esfuerzos contra la corrupción: los recortes a las estancias infantiles, a los programas de gobierno, despidos injustificados en varias dependencias (SAT), la imposición de superdelegados en las entidades. Menos dinero a la cultura y la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAIM) en los terrenos del ex Lago de Texcoco, por supuesto por actos corruptos, sustituido por un proyecto propio como el de la Base Aérea Santa Lucia.
Por conflictos no ha parado, como los impresentables nombramientos en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), donde por lo menos se metió reversa al momento de la denuncia.
La tragedia tampoco ha faltado: la muerte de la gobernadora de Puebla, Martha Erika Alonso y su esposo, el senador Rafael Moreno Valle. O la tragedia en torno de la toma clandestina de Tlahuelilpan, estado de Hidalgo, con cerca de 140 muertos.
De los pocos aciertos que la comentocracia u opinión pública le concede, es el haber creado la Guardia Nacional, dándole legalidad a las acciones de las fuerzas armadas, porque ni la reducción de salarios en las altas esferas dejó contentos a muchos, que optaron mejor por “jubilarse”, como sucedió en el caso del Banco de México.
De la guardia habrá que esperar a ver su eficacia, pues la inseguridad es un fenómeno que ha rebasado la capacidad del Estado, entendido como gobierno y sociedad, dejando en manos del crimen organizado el monopolio de la violencia.
La Guardia Nacional no podrá sola si en su camino se cruzan corporaciones policiacas estatales y municipales, incluidas policías ministeriales, penetradas por esos grupos criminales.
El nuevo gobierno se ha lanzado también contra los institutos de Acceso a la Información (INAI), para la Evaluación de la Educación (INEE) o a la Comisión Reguladora de Energía (CRE), abriendo también frentes de confrontación con sectores de la sociedad y agrupaciones.
En materia económica, los hombres y agentes del poder económico están agarrados de uñas por el cambio que se está dando, principalmente en grandes obras de infraestructura (el NAIM) y el freno a los contratos tras la reforma energética para que inversionistas privados incursionen en la exploración de petróleo y otros recursos.
El lance de las agencias de calificación contra el “rescate” a Pemex anunciado por el gobierno anticipa una cruenta batalla, quizás la más dura porque esto va a marcar definitivamente el rumbo de las autoridades: qué modelo de economía se va a impulsar, si reaparece nuevamente “Papá gobierno” en calidad de empresario y patrón, si se sigue el libre mercado o hay una fusión. Está por verse.
Lo cierto es que con el mero combate a la corrupción, el adelgazamiento del aparato burocrático y otras medidas de autoridad como la reducción de salarios, no parece que vaya a alcanzar para eliminar del paisaje la ostentosa concertación ni la penosa desigualdad, menos el “estancamiento estabilizador”. Y esto es justamente en lo que no se están dando señales claras, no hay nada que haga estremecer a nadie.
Que haya disputas verbales, a veces encendidas. Que los actores políticos, económicos y sociales, medios de información incluidos, se den hasta con la cubeta no debe escandalizar a nadie cuando se asume que hay cosas en las que se están promoviendo cambios en los cuales varios, o muchos, están resultando y van a resultar afectados.
Justo el debate tendría que darse en la conveniencia o no de esos cambios, con todo y las apantallantes cifras de aceptación y popularidad del Presidente en torno de sus primeros 100 días.