Y sucedió. Como sucede todo en la vida: de repente y directo al corazón. Pero ahora no ha sido tan directo, ni tan al corazón. Es algo que llega sin que nosotros podamos entender. Como castigo divino y sin merecérnoslo. Directo a nuestros bolsillos.
Este sin duda es un mal invierno. Mire usted qué ha pasado de los últimos diez años: aumentaron 300 por ciento los precios y cayó 50 por ciento el poder adquisitivo en México. ¿Nuestra moneda? Sí, esa que ahora vale 19.22 por cada dólar.
Hace diez años, un trabajador laboraba 42 horas para adquirir la canasta básica. Hoy debe ocuparse 99 horas para conseguir lo mismo. Más del doble. Pero, además, con una pobreza que nos alcanza sin límites. Sin la más mínima posibilidad de poder tener una casa. Y el gobierno por más que se esmera, tiene a ciento diez millones de personas que atender. Agua, luz, gas, seguridad, educación, salud…
Por ejemplo, ¿a usted, a mí, de qué nos sirve que se haya capturado a cualquier delincuente del fuero común que se robó millones de dinero nuestro, del apellido que usted elija, y por la condición que a usted también se le antoje?
La respuesta no puede ser una ecuación pulida y amena, que diga cómo solucionar este problema de vida de casi ciento diez millones de mexicanos. A la mejor sí encontrar a quien entienda qué es la pobreza extrema y una metodología sensata y coherente para solucionarla.
Este México Mágico se la merece. Se está cansando. ¿La respuesta? Treinta millones de mexicanos inconformes y llenos de rabia. No empezó nada fácil. A ver cómo acaba esto con aeropuertos, yacimientos por explorar, trenes Toluca-Cdmx y el Maya… más lo que se acumule esta semana…