"En la antigua Roma, cuando había una reunión y en la puerta de la entrada se colgaba una rosa, los temas tratados eran confidenciales. (sub rosae)"
La historia inició hace unos días, bastó que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump anunciara que, este martes, aplicaría el 5 por ciento de impuestos a todos los productos mexicanos que los estadounidenses compraran en caso de que México no hiciera algo para mitigar el flujo de migrantes que pasa por su frontera, para que de inmediato saliera en nosotros uno de esos sentimientos que siempre termina por unirnos: el nacionalismo.
Miles de mexicanos vivimos con intensidad este episodio, y aunque pocos, muy pocos entendíamos a fondo el problema y los alcances de ese aviso del presidente de nuestro país vecino, la mayoría deseábamos en el fondo una solución a este problema.
Fuimos testigos de una lucha encarnizada, por un parte, los seguidores del presidente Andrés Manuel López Obrador, que aplaudían su postura frente al país vecino, mientras que la oposición intentaba a toda costa matizar y cuestionar la postura diplomática de la administración federal.
Andrés Manuel, fiel a su estilo, hizo lo más inteligente que podía haber hecho, por un lado, mandó a su canciller a negociar un tema, en el cual México no podría ganar nada, pero podría perder más de lo que tenía, mientras él, salía ante las cámaras de televisión y ante la opinión pública para hacer un llamado a esa unidad que nos da el nacionalismo.
Era tocar esa fibra sensible que ya viene con la mayoría de quienes somos mexicanos desde nuestro nacimiento, esa que nos conecta con la tierra, los paisanos, los símbolos patrios y el discurso de defensa a la nación.
Los sentimientos no conectan a nuestra razón, pero sí al impulso, bastó un llamado a defender la soberanía, la dignidad de nuestra patria, para que la gran mayoría conectará en automático con ese sentimiento que nos sigue uniendo por encima de muchas cosas.
Ese sentimiento que Juárez supo explotar en la guerra de intervención francesa, en la que, a pesar de tener en sus manos un país dividido por una guerra civil, con dos bandos casi con posturas irreconciliables, le permitió sumar el suficiente de apoyo social y popular para fortalecer su gobierno.
Andrés Manuel, lo hizo otra vez, lejos de confrontarse con su homólogo estadounidense, como en su momento se lo exigió a Enrique Peña Nieto, decidió asumir el papel que mejor le funciona, el de orador de las calles, el de los discursos de templete y de las frases que conectan.
No, no asumió el papel de estadista y diplomático de la forma que muchos habrían querido, pero sí asumió la del líder de las causas, más que de instituciones.
Obligó a los sectores sociales a no poder hacerse sordos a un llamado, obligó a la clase política a sumarse a la fiesta preparada para él, para que en caso de no prosperar las negociaciones, pudiera asumirse como el presidente que habría de luchar por el bien de los mexicanos apoyado por las masas, pero también, en caso de tener éxito, como sucedió, ser el presidente que salió victorioso y nos salvó de los impuestos abusivos de nuestro país vecino.
Prefirió tomar el templete arropado por gobernadores, diputados, senadores y la clase política, mostró el músculo a los mexicanos, y consiguió lo que quería.
No cayó en el juego de un presidente que se sabe de los más poderosos del planeta, ni en el de la oposición que pretendía subirlo al ring que él mismo le exigió a Peña Nieto, prefirió la seguridad de los aplausos, del discurso dirigido a los mexicanos, porque de haber querido, podría haber tenido una mejor tribuna en el G20.
Sí, nos guste o no, Andrés Manuel López Obrador lo volvió a hacer, más allá de los costos que pueda tener o no la negociación a la que se llegó, de que en unos días más los mexicanos nos demos cuenta de las “letras chiquitas” que se firmaron, el gobierno federal, por los menos en los dichos, salió airoso de su primera crisis de política internacional, aunque eso conlleve un triunfo importantísimo para Donald Trump de cara al próximo proceso electoral.
Habrá quien critique la forma y el fondo de la diplomacia mexicana, pero al final, con formas o no, consiguió los titulares que esperaban, la noticia que todos queríamos leer, “no habrá impuestos a productos mexicanos”, los “peros”, las razones de fondo, los costos reales, para muchos mexicanos no habrán de importar mientras festejamos el logro de nuestra delegación en el extranjero.
Al final la amenaza fue conjurada, y sólo un “mezquino” podría estar en contra del logro en las negociaciones del gobierno, de los intereses de México y de que al final, las exportaciones de nuestro país siguen en las mismas condiciones que ya se tenían.
Aunque se nos venda el triunfo obtenido en la frontera Norte, no olvidemos que aún existe una frontera Sur que tendrá nuevos retos y en la que vendrán nuevas batallas.
Hoy el gran ganador es Donald Trump, y eso no hay que perderlo de vista, porque, es cierto, ganamos el quitar los aranceles (por el momento) pero también, fortalecimos el discurso de un presidente que por obvias razones, no nos conviene que gane en las próximas elecciones de aquél país.
Donald, sigue su campaña, y hoy, aunque muchos no lo queremos ver en la euforia de nuestra victoria diplomática, ganó en su agenda migratoria y usó a México, a su gobierno y a nuestro nacionalismo para impulsar su reelección.
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