En 1987 se formó al interior del PRI la Corriente Democrática que propugnaba por democratizar al partido; además, sus miembros exigían que el gobierno de Miguel de la Madrid modificara su política económica. Esta corriente impulsó la precandidatura de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano a la presidencia, pero fueron frenados por De la Madrid y sus operadores, en este caso Jorge de la Vega, que era presidente del CEN del PRI.
Como consecuencia, Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, y otros destacados políticos, se fueron del PRI y, junto a algunos políticos de izquierda, como Heberto Castillo, formaron el Frente Democrático Nacional para contender en las elecciones de 1988 con Cárdenas como candidato a la presidencia de la República.
El Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) registró a Cárdenas como candidato a la presidencia de la República el 14 de octubre de 1987.
En 1988, Cárdenas y Porfirio Muñoz convocaron a partidos y organizaciones civiles y lograron el apoyo del Partido Mexicano Socialista (PMS), del Partido Socialista Unificado de México (PSUM), Coalición de Izquierda, y el Movimiento de Acción Popular.
También consiguieron la adhesión de Rosario Ibarra de Piedra, candidata por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT); de la Coalición Obrera, Campesina y Estudiantil del Istmo (COCEI); la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC); la Asamblea de Barrios de la Ciudad de México (creada tras los terremotos de 1985); la Unión de Colonias Populares y la Unión Revolucionaria Emiliano Zapata, entre otras.
Unidos todos estos grupos, integraron el Frente Democrático Nacional en Jalapa Veracruz, el 12 de enero de 1988.
Tras el cuestionado triunfo electoral de Carlos Salinas de Gortari, el 6 de julio de 1988 gran parte de los partidos y organizaciones sociales que habían creado el Frente Democrático Nacional harían un llamado a la sociedad para integrar un nuevo partido, el Partido de la Revolución Democrática PRD, que se fundaría formalmente el 5 de mayo de 1989, presidido por Cuauhtémoc Cárdenas.
El 18 de junio de 1991, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) contendió por primera ocasión para cargos de elección popular federales en donde los mexicanos eligieron diputados federales y senadores.
Siendo un partido con menos de dos años de vida, el PRD obtuvo 4 millones 692 mil 039 votos, quedando en tercer lugar de la contienda, lo que le alcanzó para tener 41 diputados federales pero ningún senador (en ese año sólo había 32 senadores y no los 128 que actualmente integran a la Cámara Alta).
Desde entonces, el PRD logró ganar gubernaturas, senadurías, alcaldías y estuvo cerca de ganar la presidencia de la República en tres ocasiones (1988, 2006 y 2012) abanderado la primera por Cuauhtémoc Cárdenas y por Andrés Manuel López Obrador las otras dos, pero en el camino empezó a desgastarse hasta llegar a lo que es hoy, una organización política con un futuro incierto.
Primero se fue Heberto Castillo, le siguió Cárdenas, pero la defección más dolorosa fue la de Andrés Manuel López Obrador. Con él, no sólo se fueron militantes de peso, sino las ganas y el coraje de hacer política de verdad, se quedaron los que pensaron que podrían seguir medrando a la sombra de este árbol que se secó antes de tiempo.
En el Estado de México sólo quedó Héctor Miguel Bautista López, creador del Movimiento Vida Digna, que luego mudó a Alianza Democrática Nacional, desde donde formó un imperio partidista que ponía y quitaba dirigentes y candidatos a gusto.
Los que se beneficiaron de las prebendas derivadas de su amistad con Héctor Bautista, hoy, en su mayoría, hacen fila en el Movimiento de Regeneración Nacional y corean como loros las consignas de Andrés Manuel. Para ellos, como para miles de mexicanos, el PRD dejó de ser funcional.
Sus militantes sólo necesitaron 30 años para llegar de la soberbia y la arrogancia a la angustia y a la desesperación por asistir a las exequias de un partido de izquierda que llegó a tener mucha fortaleza y que, como nunca antes, llegó a acariciar el poder en su máxima expresión, pero al que su eterna división interna le impidió ver de frente el futuro.
Hoy sólo esperan a ver quién apagará la luz y cerrará la puerta.