Que el presidente de México sea un personaje muy popular, calificado como un buen comunicador, no quiere decir con eso que en automático sea un buen gobernante. Popularidad no es nunca igual a efectividad, se preocupa tanto por ella que las decisiones parten de esa imperiosa necesidad, de conservar la aceptación de los votantes en su favor, y lo ha conseguido, a pesar de que las encuestas más serias señalan que la caída en ella es importante, no deja de tener un porcentaje muy alto.
El resultado de mantener las condiciones con las que ahora goza, y que cree el titular del ejecutivo que por esa razón tiene la autorización de mas de 30 millones de ciudadanos para hacer y deshacer lo que le venga en gana, no tanto para beneficio del país, sino para beneficio exclusivamente de mantener la posibilidad de ganar las próximas elecciones, todo se reduce a eso, así de barata es la política actual.
López Obrador es de piel bastante delgada, no le gusta que lo contradigan, ni los comentarios de expertos a los que llama tecnócratas, o de quienes se atreven a interrogarlo y ponen en duda sus capacidades, los llama neoliberales, conservadores, fifís y la cantidad de calificativos que se le ocurran, pero, ¿eso cambia la realidad?
No hay forma en la que la realidad se vea invadida en su cruel manifestación, a pesar de salir a decir todos los días que vamos bien, que la economía; que es uno de sus más crueles verdugos, va requetebién. Para un gobernante que declara que no es ninguna ciencia gobernar, puede entenderse tanta necedad por sólo ver lo que quiere. Un simple ejemplo de ello es esa presunción que hizo hace poco con ilustraciones, de que el peso es una de las monedas que más se ha fortalecido, que la inflación está controlada.
Sólo que eso que presume el señor presidente, como el tema de las remesas, no se dan gracias a sus decisiones, porque de serlo, el panorama sería muy distinto. Insiste AMLO en hablar de desarrollo y le quiere dar la vuelta al tema de la desaceleración del crecimiento del país, pero ¿cómo puede darse uno sin el otro? debería preocupar más las palabras de un jefe de estado que sean en este sentido, ¿cómo puede perdonarse tanta tontería? Y aún así, se le celebra todo.
Con la repartición de dinero sin ninguna posibilidad de que sus programas sociales sean supervisados y calificados, garantiza la continuidad de su gobierno, o lo que pretende de su tan repetida transformación, cualquiera que ésta sea.
El caso es que el tabasqueño ha acuñado una desmedida ambición desde hace muchos años, para lograrlo la ha buscado con intentonas en el gobierno de su estado natal, Tabasco y después, en el gobierno de la república, en donde después de dos descalabros finalmente se ganó la silla del águila, pero no es ahí hasta donde quiere llegar, su propósito es ser reconocido como un auténtico héroe de la patria, y en su imaginación llega a verse como el mejor presidente que ha tenido México, al que le serían dedicadas menciones y reconocimientos por todos lados, y tal vez, hasta canciones, para celebrar haber contado con tan prodigioso personaje. No le ha medido a sus sueños, aunque nadie puede contar su historia por sí mismo, quien sí lo haga ya no podrá ser tachado como “conservas” con una sonrisa sarcástica, y entonces, tal vez podrá calificar al de Macuspana como un presidente necio y errático.
El tabasqueño cuenta con muchas derrotas, sólo dos triunfos, como Jefe de Gobierno del Distrito Federal, hoy Ciudad de México (2000-2005), posición desde la cual demostró su interpretación subjetiva de gobernar, manipulación de cifras, deficiente autocontrol, simulación, entre otras características muy propias. No podía ser diferente ahora en su posición de presidente de todos los mexicanos.
Cuando AMLO gobernó el Distrito Federal, se presentó una monumental marcha por la paz, con miles de ciudadanos que caminaron vestidos de blanco, la inseguridad fue la que la motivó a pesar de las cifras alegres que manejaba entonces el ejecutivo de la ciudad, por lo mismo, el movimiento ciudadano fue descalificado por López Obrador, acusándolos de pirruris, y así, no debe haber sorpresa con la nueva “ley garrote” que se aprobó en Tabasco, en donde será construida sí o sí la refinería de Dos Bocas, previendo cualquier intento por detener la obra, ¿el resultado? Cárcel a quien lo intente, los argumentos, o más bien, los pretextos pueden ser los que se les ocurra.
El hoy titular del ejecutivo federal gozó por muchos años de la libertad para llevar a cabo plantones, marchas, tomas de refinerías, etcétera, y ahora dice que todo eso se acabó, ¿por qué? Porque quiere el sometimiento del pueblo, porque dice que se encuentra montado en una transformación, no perdón, en una gran transformación del país, a la que deberían de sumarse todos sin pensar o someter a un análisis tal decisión, así, a ciegas, ya lo dijo cuando se refirió a la revista Proceso, los grandes periodistas como los Flores Magón apostaron por la transformación.
El presidente no quiere, no le gustan los contrapesos, ni siquiera aún siendo ciudadanos, todos serán tachados, pero, ¿qué lleva a López Obrador a actuar de la forma en la que lo hace, sin escuchar, sin detenerse a reflexionar sobre el mal que le está haciendo a su mandato, pero principalmente a la población?
López Obrador es víctima de López Obrador, se ha tomado como rehén empeñado en cumplir su visión de país, cada nueva determinación u ocurrencia, preocupa más que la anterior, quiere sumir a México en un pasado nostálgico y viejo de más de cuarenta años, entre más se adentra en esa pretensión, más se parece a Luis Echeverría o a López Portillo, sólo falta que se le antoje mandar a imprimir más billetes.
Andrés Manuel López Obrador enfrenta a dos grandes enemigos, el López Obrador empecinado en pasar a la historia como el mejor presidente de México que limita el intento de gobernar bien; y la realidad, que es más terca, más cruel, y más fea que él mismo.